Y orinales para la risa o la
Gracia.
A propósito de los comentarios en un
grupo de la red donde para denominar al peculiar movimiento de la punta
inferior de las caídas de un palio mientras anda se utilizaba la palabra “escupir”, y
el regodeo de los parlantes o escribientes con que si este palio escupe bien y
este otro mal y dale que te pego con semejante asquerosidad de término. Tal que
parecía la conversación un orinal o escupidera, llena de diversos tipos y
tamaños de gargajos.
La verdad, creía que sabía bastante
de casi todo lo relativo a las Cofradías de Sevilla y sus procesiones en Semana
Santa, y que había podido captar mejor que bien el sentido de la celebración,
sus claves estéticas y, sobre todo, el alma difícil y tantas veces esquiva
–burlona, incluso- de la Ciudad. Me he leído –bebido, mejor dicho, en las
mejores fuentes: Gordillo, González De León, Bermejo, Izquierdo, Romero Murube,
Sánchez Del Arco, Montoto, Hernández Díaz, Montesinos, Rodríguez Buzón, Delgado
Alba, Burgos, Caro, etc.- todo lo que ha caído en mis manos, excepto la
literatura barata pregoneril.
Lo que desconocía absolutamente, que
nunca había oído y que jamás se me hubiera pasado por la cabeza es que unas
bambalinas pudiesen escupir ni he relacionado jamás nada de un paso de palio
con esputos, gargajos o algo que pudiese expectorarse o arrojarse. En mi época
los únicos que escupían eran los judíos al Señor, aunque ahora sea
políticamente incorrecto y pretendan los progresiacos que seamos nosotros los
que les escupamos a los judíos. ¿Pero algo en un paso de palio, que es la
máxima expresión quintaesenciada de la estética cofradiera y la sublimación
artística de la Belleza –es decir, platónicamente, de la Verdad- y también sublimación espiritual
de la Mujer y la Pureza, le puede a uno traer a la mente un escupitajo?
¡Escupir! Me quedo pasmado con la neolengua kofrade.
En la Ciudad -que fue por lo menos-
de la Gracia y que ésta misma preñaba su habla de metáforas, imágenes y figuras
literarias -llenas de la sal y del refinamiento populares y cultos a la vez- más deliciosas y ricas léxica y gramaticalmente hablando; de una maravillosa y
deslumbrante dicción; y con una embelesadora declamatoria a cada frase, me es
inconcebible que se haya podido utilizar el término escupir para dar la imagen
y referirse a un determinado movimiento de bambalinas, que son la Gracia misma
moviéndose en tantos casos. Al traste se dio con abaniqueo, balanceo, bamboleo,
bandeo, cabeceo, capoteo, columpiado, contoneo, fluctuación, mecedura, mecido,
meneo, ondulado, oscilación, titubeo, tremolado, tumbo, vacilación, variación, vaivén o, para mí, sincopado, el entrecortado, esto es, la clave de la Gracia. Al garete
con sutilezas, refinamiento o gracia.
Sincopado, al modo del picado o
estacato de una marcha, el staccato en una nota, el acortamiento sobre lo
esperado, lo predecible, o el movimiento que bruscamente corta la trayectoria
que en origen nuestros sentidos le intuían, esperaban. El secreto, en fin, de
la Gracia, el entrecortado, desde la que hay en el paso de un armao antiguo,
hasta la de los clásicos y ya escasos toques de cornetas y tambores al estilo
sevillano o de la Policía Armada –nada que ver con el de los Bomberos
malagueños-, la de una banda interpretando –o compárese Tejera y El Carmen con
la de la Armada de Madrid o la del Inmemorial-, la misma de los lances del
toreo de la tierra o la que empapa el mejor Flamenco de duende y compás, en
fin, la de algunas mujeres bailando por sevillanas o la del mismísimo andar de
un palio sobre los pies o poquito a poco avanzando, moviendo sólo las cinturas,
hasta incluso a paso de mudá’ pero con movimientos cortitos, entrecortados,
sincopados, llenos de sal. Sincopado armonioso y, todo sea dicho, mesurado como
corresponde a una Ciudad y una Celebración que ha llevado a gala –hasta hace
bien poco con toda la razón- su sentido de la medida.
Por eso nos gustan tan poco los
costero a costero caleteros o costasoleros –ese movimiento predecible al
compás, que se sabe dónde empieza y, perfectamente, dónde va a terminar, así
como su inexorable repetición-. Porque si algo ocurre en el sincopado, a parte
de la sensación en el espectador de que no se produce lo predecible, es que
deja la incertidumbre de si se repetirá la acción, instante de vacilación de
los sentidos, de duda y extrañeza inquietantes de los sentidos que, en una
fracción de segundo, se desvanece por la continuación de la aparentemente
interrumpida reiteración de los movimientos rítmicos.
En una Ciudad donde en un mundo tan
proclive a la ordinariez y la bajunería –y no me refiero al de los
profesionales sino a este de los hermanos costaleros- como el de la gente de
abajo se sustituye, por ejemplo, tan sutilmente el cargar un paso –¿Cómo va uno
a cargar con la Virgen del Rosario por Correduría? ¿O con la del Patrocinio
volviendo por San Jorge?- por trabajar, es inconcebible la utilización de
término tan basto como escupir para denominar un movimiento característico y
gracioso que se produce en algunos palios por la forma airosa de la parte
inferior de sus bambalinas y por el trabajo fino de cintura y acompasado de sus
costaleros. Aunque desde luego después de la proliferación de tanta revirá’
donde siempre fue vuelta y otros nuevos términos similares que parece que se utilizan con el exclusivo
propósito de llenarse la boca de chabacanería si no zafiedad, puede uno
esperarse todo. Asimilar roleo ojediano contoneándose con gargajo expulsado por unas fauces, mismamente, que yo creo
que es algo. En fin, peor es el espantoso cofrade por cofradiero como siempre
ha sido y es razonable lingüísticamente. Aunque la periconciliar sustitución de
cofradía por hermandad ya anunciaba el declive del habla clásica y hermosamente
cofradiera. Escupirle a la Gracia, vamos.
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