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A pesar, lector, de ser Jerez ciudad
universal por la razón que sabemos, últimamente más se nos está conociendo por
la popularidad de ciertos personajes con cabeza, lo que se dice cabeza sí, pero
huera.
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Es la Leyenda Dorada (1264) la
colección de Vida de los Santos más conocida; el libro hagiográfico más
popular. Fue su autor el dominico Santiago de la Vorágine, arzobispo de Génova
(Iacome de Varazze, 1230-1298).
Refiere Fray Jacobo sobre nuestro
Patrón que vivía en Atenas al sitio de Ares (el Marte griego) y dedicábase a la
Filosofía. Mas bien pudiese ser que su relación con el Areópago fuese por
pertenecer al famoso tribunal homónimo allí constituido. Sea como fuere, oyó
predicar a Pablo de Tarso y se convirtió, llegando a ser primer Obispo de
Atenas. Hombre eruditísimo, dicen que sostuvo correspondencia con S. Juan
Evangelista en Patmos y que hasta asistió a la Dormición de Santa María (Regina
in Coeli Assumpta). Enterado de la prisión en Roma de S. Pedro y S. Pablo, allí
marchó. Posteriormente enviólo a París como Obispo el Papa S. Clemente.
Dedicado a la predicación fue detenido y, sucesivamente, vejado, asado en
parrilla, echado a las fieras y, por último, en vista del poco éxito,
decapitado. No bien recién asestado el tajo, levantóse el Santo y cogiendo su
cabeza entre las manos anduvo de esta guisa hasta el llamado Monte de los
Mártires donde, enterrado, erigióse iglesia en su honor.
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Pues bien, aquí que nos llega nuestro
Santo Patrón ofreciéndonos su santa y sapientísima testa por si alguien
necesitare de un recambio. ¿Se imagina el momento tremendo de su suplicio? ¿Le
diría al Prefecto: “Cacciondeum est Iustitia”?
¿Amenazaría a sus verdugos con: “Que te pego, leche”? ¿Se despediría de
sus discípulas, muy en guaperas, cantando: “Buenas noches, señora, recuerdos a
su señor”? ¿Después de haber confesado que él es El Dioni de Grecia y que él
quiere con toda su alma a Atenas y que él es ateniense de la cabeza (tiene
arte, usted) a los pies (y yo, y yo, y yo... y nada más que hablar de mí), pero
que lo entierren, por favor, en Roma (que es lo más grande del Mundo) para que
terminen sus huesos en París donde vivió, serían sus últimas palabras: “Miedo,
tengo miedo...”? No. Jerez tiene cabeza: la de Señor S. Dionisio.
AUREO SANZ RUIZ
Publicado en el diario “ABC.
Edición de Jerez” el 12 de Octubre de 2001, Viernes.
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