miércoles, 12 de agosto de 2015

De marcha con... Noveles novelerías

De Marcha Procesional: Si crítica, con melodía monocorde




 




          A propósito de la enésima tontada –y ya cansan- del periodismo lila, ahora sobre música procesional para banda completa -y con la excusa de lo más o menos interpretado acorde a los gustos imperantes, tan veleidosos como caprichosos- vertiendo una serie de opiniones aseverativas plagadas de imágenes e ideas estereotipadas, así como repletas de mediciones con distintas varas, injustas y cobardonas, en las que se ataca haciendo leña del débil pero se es incapaz de coger  otros toros por los cuernos –que es poner el punto de mira en situaciones graves pero problemáticas musicalmente hablando- o hacer crítica de personajes y hechos políticamente –léase: “cofrademente”- correctos. Todo muy en línea con el actual periodismo que padecemos y la sociedad en la que nos ha tocado sufrir.






          Pues no. No es así Sr. Macías ni mi admirado por otros conceptos, Maestro Gutiérrez Juan, Director de la Banda de Música Municipal de Sevilla.








          No porque no se puede tirar con toda la artillería para batir las “pacololadas” que sufrimos, Sr. Macías, y sin embargo permanecer más que calladitos con otros compositores –o mejor dicho, individuos que se atreven a componer- del montón a fuer de vulgares y de escasa calidad artística. Empezando por el que se puso a “crear” allá por el comedio de los ochenta marchas como churros, de una calidad insufrible, recortando y pegando, para llenar el disquito anual, algo que supuso el inicio de un periodo nefasto para la música procesional, y cuya responsabilidad es mayúscula sobre todo si se estaba dirigiendo la otrora banda y música más emblemática de la Semana Santa de Sevilla. 




Manuel Font De Anta




          Periodo que truncó de alguna manera el renacer a principios de los ochenta de la marcha procesional –por lo menos en la interpretación de marchas antiguas clásicas de gran calidad y olvidadas- tras los aciagos años setenta del chuntatachún, del picado de Los Campanilleros” con percusiones extravagantes -hasta rascando botellas de anís-, repetido sin cesar y cortado a base de bombo sin contemplación (¡Lo que me costó oír por primera vez en la calle, y de la Semana Santa de Sevilla me estoy refiriendo, ni más ni menos, el ensoñador trío de “Pasan los campanilleros” de López Farfán), más la reiteración insoportable de cuatro o cinco marchas -Estrella, Aguas, Esperanza Macarena, Rocío y pare Vd. de contar- no más, amén de la escasa calidad de las bandas y el chimpún cada vez que arriaban el palio.








          Aunque como es de bien nacidos ser agradecido, no nos gustaría pasar por alto la grabación con las marchas de los Font que realizó “Soria 9” en 1987, muy importante para la revalorización del incalculable tesoro artístico que posee Sevilla en forma de la marcha procesional, pero de escasa repercusión popular por la limitada edición que hizo la Diputación Provincial. Todo sea dicho, aparte de no ser sino un fenómeno colateral al admirable rescate que estaba llevando a cabo la Banda de la Cruz Roja, desde finales de los setenta, montando marchas clásicas que ya no se interpretaban, merced al empeño que su director, Enrique García Muñoz, de sacar a la luz el acervo de su impresionante archivo musical, y que lo constituyó en el verdadero autor del renacer –tan lento- de la música procesional antigua de calidad, así como el gran promotor actual de los grandes compositores de marchas. Labor en la que Francisco Javier Gutiérrez Juan constituye el último felicísimo y admirable epígono. 








          Ahora bien, no puede ser que carguemos toda la leña en el asador para comernos con patatas a Paco Lola et alii y silenciemos la aceptación por el público en general -y no tan popular; también el que se cree distinguido y entendido- de éstas pero también de otras marchas, aflamencadas o no, que han proliferado en las tres últimas décadas  –empezando por la archivalorada, hiperrepetida y más que ramplona cinematográfica “Alatristada”: himno oficioso “cofrade”-. Y todo como signo del pésimo gusto del momento y la más que escasa formación y afición musical del público actual. Quiero decir: si tienen aceptación tales bodrios es porque desgraciadamente le gusta a la gente. Critiquémonos como espectadores y oyentes más o menos –a veces, muchas, nada- diletantes, pues.








          Critiquemos pero utilizando la misma vara de medir. No caigamos en el juego que puso negro sobre blanco en el “ABC de Sevilla” el gaditano J. J. León –felizmente hace años en Diario de Cádiz”-, al que alguien encargó la opinión sobre Cofradías sin que tuviera el susodicho repajolera idea del asunto y donde, aparte de convertirse en el antecedente mediato del actual periodismo lila que sufrimos –cretarineces mediante-, era capaz, por ejemplo, de desmanes y arbitrariedades tal como el poner a caer de un burro por excesos botánicos a la Cofradía del antiguo Compás de la Mancebía y, en cambio, parecerle divinos de la muerte los de la Archi anexa a una famosa pinacoteca. Utilizando un doble rasero propio de los ignaros que se apuntan sin reparos ni el más mínimo interés por la observación ni ejercicio de espíritu crítico que valga, a esa caricatura tan extendida de nuestras Cofradías, como es la de la dualidad capa y negro, centro y barrios sin matiz dce ningún tipo, de los tantos que tan enriquecedoramente poseen esas venerables instituciones. 




Manuel López Farfán




          Y no se puede, por último, criticar el fenómeno de aflamencamiento tipo “Callejuela” omitiendo como se omite años tras año –obviando una crítica, más  que justificada, necesaria e ineludible- la auténtica degradación bajuna de la música que acompaña a los pasos de Cristo. Fenómeno que tuvo su arranque con las agrupaciones musicales en los setenta, tras la nefasta adulteración de la banda de Eritaña reconvirtiéndose en charanga, y que produjo una música de lamentable calidad, amén de interpretarse con un sonsoniquete y candencia –por infantiloides y pueblerinos- insoportables e inadecuados para lo que debe constituir la música procesional sacra, más si es pasional. Ya no digamos el penúltimo giro de aflamencamiento barato –por no mentar el último hacia lo “sinfónico”- de estas agrupaciones, a las que se han unido -para ensombrecer el panorama y encabezar, incluso, los desmanes- las prostituidas bandas de cornetas y tambores –las antiguas bandas, bandas de guerra militares- actuales, preñadas de metales para devenir en charangas -sea empleado el término en su acepción más despectiva-.








          Por otra parte, tampoco se debería presentar con los ejemplos traídos a colación un presunto renacer de la marcha procesional en cuanto a calidad compositiva. Renacimiento que intuimos al alborear años ha y que, sinceramente, no creemos que haya llegado a cuajar con piezas de auténtica calidad, quedando todo, por el momento, en vanos pujos por aparentar unas cualidades que verdaderamente no existen, remedando mal y tristemente, sin brillantez ni originalidad las formas clásicas, y careciendo de un fondo musical teórico o artístico de verdadera hondura en el que sustentarse para crear y componer.




Germán Álvarez Beigbeder




          Porque si bien puede que “Mi Amargura” no tenga calidad para interpretarse en Sevilla -¡Adiós, Font!-, las marchas que se ponen como ejemplos adolecen del mismo defecto. “Como Tú, ninguna” es un remedo simplote y ramplón de las mejores composiciones triunfales del gran Morales, carente de la transmisión emocionante de las que son maestras del género, a saber: “Estrella Sublime” de López Farfán y “Virgen de las Aguas” de Ramos De Castro. “Hosanna in excelsis” no deja de ser una pieza correcta pero facilona y sosa para aburrir ovejas. En cuanto a “La Semana de Pasión” no es sino un totum revolutum de motivos y frases con pruritos impresionistas sin ninguna hilazón –mucho arroz pa’ tampoco pollo- que debería haber sido atacada por el autor en su creación con la certeza de poseer unas cualidades como compositor más que sobresalientes, de las que carece como es obvio, deviniendo al fin en un horror parecido al que produciría un pintorzuelo de segunda mandado a imitar la pincelada suelta de los maestros franceses, no digamos si fueran las geniales “manchas” y veladuras de un Goya, un Murillo, un Velázquez o un Greco, por mentar a españoles y barrer para casa,  aunque las comparaciones odiosas sean. Sobre la gracia de Marvizón, si la tuvo la perdió a base de repetirse compulsivamente hasta el hartazgo, salva la parte por amistad de periodistas bonvivantes o batutas municipales.




Pedro Gámez Laserna




          Además de comentar que “Valle de Sevilla” no es para tanto –ni mereció tardar tanto en alcanzar gloria ni tiene excelsitud para interpretarse tantísimo-, en otro orden de cosas, el trío de repertorios cuidados que da el Maestro Gutiérrez Juan es, con perdón, para hartarse de reír, a parte de demostrar que ve poca o ninguna Semana Santa, bien callejera bien palqueña. Confundiendo una vez más triste con serio y monotonía con calidad al prejuzgar sobre estereotipos cofradieros y lugares comunes que se repiten sin pensar ni saber, que es aún peor.  Así, como el que no quiere la cosa, se nos vienen a la cabeza repertorios mucho más selectos  y conseguidos: Victoria, Mayor Dolor en su Soledad, Madre de Dios de la Palma, etc.




Enrique García Muñoz




          Para terminar, una nueva buena ocasión desperdiciada para poner los puntos sobre las íes en el panorama de la música procesional, tan desmandado, que tanta falta hace. Pero poner el punto bien, de ley, sin contemplaciones ni aliviándose. Y más que nada sobre todas las íes. Todas sin excepción.