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Con la toma de Sevilla por las tropas
nacionales junto a la destrucción de parte del patrimonio artístico y
cofradiero –continuación de la de 1931 y 1932- por las hordas marxistas (Prof.
Hernández Díaz dixit) o, más bien, los revolucionarios bakunomarxistas (de
Bakunin, aunque la uve y la ce se la ganaron a pulso; y de Marx, nada
relacionado con los Hermanos y el humor del absurdo, aunque sí con el negro,
muy negro, de humo y carbonización), es decir, la caterva de desalmados que
miembros del anarquismo, el socialismo y el comunismo (esto no lo dice D. José;
lo decimos nosotros) con sus respectivos sindicatos, no tuvieron a bien otra
cosa que intentar arrasar los símbolos religiosos más queridos por el pueblo de
Sevilla, ante la mirada asombrada –de pura estulticia, los menos- o cómplice
–canallesca, los más- de la izquierda republicana que imbuida de la forma más
grotesca de sentimiento de superioridad intelectual –de la más pura estirpe
masónica-, creyó poder gobernar a su antojo e interés las masas manipuladas,
aterrorizadas y envenenadas por los dirigentes revolucionarios y sus secuaces
–que chapoteaban a sus anchas en la demagogia y el cultivo del resentimiento y
el odio, aquéllos y ésos; actores, en fin, del pistolerismo terrorista más
abyecto, éstos-; con los mencionados hechos, decimos, comienza el siguiente
periodo de la música procesional para cornetas y tambores: el segundo tercio
del S.XX.
Durante este tercio que se ciñe a la
dictadura del General Franco la Semana Santa de Sevilla -con sus Cofradías- va
a consolidar el esplendor que ha ido adquiriendo desde la presencia de la Corte
de los Montpensier a comedios del Ochocientos, después de la decadencia tras la
brutal epidemia de peste en 1649; tras el triste languidecer del XVIII bajo la
mirada displicente de las élites ilustradas y su afán erradicador; y, no menos,
durante el crítico y convulso primer periodo del XIX con la invasión y saqueo
napoleónicos, con los intentos de exterminio por parte de la facción más
radical y jacobina de la clase política -desgajada del esperanzador liberalismo
que fue capaz de constituir en nación española a los hombres libres de ambos
lados del Océano pariendo La Pepa en Cádiz- y con la visión pintoresca de
España y sus costumbres por parte del Romanticismo, muy especialmente de
Andalucía.
Restauración montpenseriana de la
Semana Santa y sus Cofradías que sin solución de continuidad –quizás un leve
declive a final del siglo- culminará con la esplendente etapa del Regionalismo
que abarca el primer tercio del XX. Regionalismo como movimiento artístico en
el que el diseño de objetos suntuarios y cultuales para las cofradías se
adelanta incluso a los motivos decorativos empleados en la arquitectura. Ahí
tenemos los candelieri, los cada vez más estilizados acantos y roleos, los
putti y tarjas sobre el verde del camaronero, preñados del más clásico
Renacimiento vía Plateresco salido del magín genial de Rodríguez Ojeda, cuando
aún se debatía la arquitectura en la Ciudad entre el Modernismo y el
Neomudéjar, y el Neoplateresco era pura intuición después de recrear paños de
sebka, atauriques, mocárabes, herraduras o tejaroces, y mezclarlos con gótico
Isabel.
Fotografía: Áureo Sanz Ruiz |
Pues bien, durante este segundo
tercio se consolida el esplendor, como decíamos, para legarnos hasta los
setenta la Semana Santa incomparable que continuamos –con muchos peros, pero
grande- celebrando y que seguimos teniendo la suerte de vivir. Casi sin que una
crudísima postguerra hiciese mella, las Cofradías de Sevilla y sus
manifestaciones artísticas refulgen de manera incomparable y, además, de manera
uniforme –y en ciertos aspectos, ay, uniformante- para todas. Puede que no
asistamos a los fogonazos geniales que preñaron el Arte cofradiero durante la
primera parte del Novecientos y que gestaron el comienzo del esplendor, como
ráfagas de un naciente resplandor, pero hay que convenir en que durante este
tercio medio hubo rayos que brillaron a gran altura –los más- para dar un
brillo reluciente y homogéneo a las celebraciones pasionales, letíficas o
eucarísticas y sus respectivos cultos.
No hubo más revolución macarena ni
exquisiteces inefables como la del Patrocino, pero nos legaron Socorro y
Angustia. No fueron Juan Manuel ni el dúo Álvarez Udell-Olmo, pero ahí tenemos
a los Castilla, Gómez Millán, Cayetano González o el taller de Caro.
No se volvieron a componer Soleá,
Amargura, Estrella Sublime, La Esperanza de Triana o Campanilleros, pero
aparecieron Saeta, Coronación, Regina o Hiniesta. Desaparecieron los Manueles,
pero vinieron los Pedros; a los Font y Farfán suceden Braña, Gámez, Borrego, Peralto.
¿Y en cornetas y tambores? Pues
simplemente lo definitivo: La Policía Armada adopta e interpreta las
composiciones del genio Escámez. Y ya nada será igual. En dos décadas
–cincuenta y sesenta- todas las bandas ante el éxito cofradiero de tanta
belleza van paulatinamente adoptando el estilo que se homogeneiza. Los
acompañamientos de banda completa en paso de Cristo desaparecen y todos –más
homogeneidad- son de cornetas y tambores. Llegan a desaparecer en Sevilla los
antiguos toques de marchas lentas de las bandas de guerra.
Con la banda de la Policía Armada a
finales de los sesenta el género llega al cénit de la belleza. Se ha podido
mejorar –mucho- la calidad en la interpretación con los años, pero el desgarro
y la emoción viriles –si se me permite en estos tiempos- y marciales, la
belleza pulcra y rotunda, la sequedad y el sobrio patetismo acordes con Lo que
iba por delante y que pudimos sentir en nuestra piel y corazón se alcanzó con
esta prodigiosa banda. El estiló se adoptó con general acuerdo y satisfacción.
Al poco estuvo a punto de morir, no en vano en pleno apogeo empezó a brotar el
antiestilo. Reverdeció el estilo en parto dolorosísimo con esperanza de los
aficionados a los toques clásicos. Y al poco, se manchó para mantenerse puro –a veces, cada vez menos
veces- a duras penas allá por donde entró el César para enamorarse de su prima
Isabel, flechazo del calibre del nuestro con este género de la música
procesional. Pero aquí donde comienza nuestra memoria termina la historia.
Ahora vienen los recuerdos. Lo vivido. Pero antes convendría repasar las
peripecias de las más famosas bandas.
Continúa...
Publicado en la bitácora
“Patrimonio musical” en la entrada “¿Enseñar historia de la "Música de
Cristo?” del foro “La Música en los Pasos de Cristo. Música de Cristo." El
28 de Febrero de 2012 a la 1:14
El mismo acto un instante después. |
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