La visión profética de Tocqueville
sobre el verdadero peligro que corren las democracias –no hace falta apostrofar
“liberal” pues verdaderamente no las hay de otra clase, a pesar de “popularidades”
u “organicidades” de infausto recuerdo- cuando enviado por el gobierno francés para
observar el sistema penitenciario de aquellos colonos ingleses que se habían
independizado como nación -dándose una Constitución y organizándose en un sistema
de libertades, deberes y derechos cívicos bajo la forma de democracia
representativa y separación de Poderes- quedó fascinado con semejante forma de
gobierno de un pueblo pero, con agudísimo olfato político, intuyó el real peligro
que podría correr y cómo se podría llegar a su verdadera perversión. Lo realmente
triste: que se está cumpliendo punto por punto en la actualidad. Lo amargo: que
tendríamos que ser los ciudadanos los que remediásemos semejante deriva de un
supuesto “Estado de Bienestar” a costa de nuestra Libertad, lo que ha implicado,
claro, obviar la “pesada” responsabilidad como individuos y su pareja
incertidumbre, cambiándola por una aparente “seguridad”. Lo desesperante: que
hemos cambiado nuestra Libertad por un plato de lentejas, que cada vez esas
lentejas saben peor y que, últimamente, ya hasta escasean. Y que ahora nos
vemos atados de pies y manos por ese gigantesco Estado del Bienestar que no es
otra cosa que el Bienestar del Estado, hasta nuestro empobrecimiento y
servidumbre si es preciso. Para rematar: muchos ni se han dado cuenta; algunos,
dándose cuenta, lo único que intentan es seguir aprovechándose y vivaquear; a
los cuatro que ponemos el dedo en la llaga por locos nos toman.
Sus palabras:
“Conservad las leyes si os place;
aunque yo pienso que, al hacerlo, os equivocáis, conservadlas; conservad los
mismos hombres si eso os causa placer, yo, por mi parte, no seré ningún
obstáculo; pero, por Dios, cambiad el espíritu del gobierno porque, os lo
repito, este espíritu os conduce al abismo.”
“Parece que si el despotismo llegase
a establecerse en las naciones democráticas de nuestros días, tendría otros
caracteres [distintos de los de las sociedades antiguas]: sería más extenso y
más suave, y degradaría a los hombres sin atormentarlos.”
“Quiero imaginar bajo qué rasgos
nuevos se podría producir el despotismo en el mundo: veo una inmensa
muchedumbre de hombres semejantes iguales que dan vueltas sin reposo sobre
ellos mismos para procurarse placeres pequeños y vulgares, con los que llenan
su alma. Cada uno de ellos, tomado aparte, es como extraño al destino de todos
los otros: sus hijos y sus amigos particulares forman para él toda la especie
humana; por lo que hace a sus conciudadanos, él está al lado de ellos, pero no
los ve; los toca pero no los siente; no existe sino en sí mismo y para él solo,
y, si bien tiene una familia, se puede decir que lo que ya no tiene es patria.
Por encima se alza un poder inmenso y
tutelar, que se encarga exclusivamente de garantizarles sus placeres y de velar
por su suerte. Es absoluto, detallado, regular, previsor y benigno. Se
asemejaría a la autoridad paternal si, como ella, tuviese como objeto
prepararlos para la edad viril; pero, por el contrario, no persigue sino
fijarlos irrevocablemente en la infancia; este poder quiere que los ciudadanos
gocen, con tal de que sólo piensen en gozar: trabaja de buen grado por su
felicidad; pero en esa tarea quiere ser el único agente y el único árbitro;
provee a su seguridad, prevé y garantiza la satisfacción de sus necesidades,
facilita sus placeres, conduce sus principales asuntos, dirige su industria,
regula sus sucesiones, divide sus herencias; ¿por qué no podría librarlos
enteramente de la molestia de pensar y del trabajo de vivir?”
“La igualdad ha preparado a los
hombres a todas estas cosas: los ha predispuesto a sufrirlas y a menudo incluso
a mirarlas como un beneficio.”
“[Este poder] no destruye las
voluntades, pero las ablanda, las doblega y las dirige; rara vez obliga a
actuar, pero se opone sin cesar a que se actúe; no destruye, pero impide nacer;
no tiraniza, pero mortifica, reprime, enerva, apaga, embrutece y, al cabo,
reduce a toda nación a rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor
es el gobierno.”
Alexis
de Tocqueville
Alexis Henri Charles de Clérel,
vizconde de Tocqueville (Verneuil-sur-Seine, Isla de Francia, 29 de julio de
1805 — Cannes, 16 de abril de 1859)
No hay comentarios:
Publicar un comentario