domingo, 4 de enero de 2015

Escupideras “cofrades”.

Y orinales para la risa o la Gracia.




          A propósito de los comentarios en un grupo de la red donde para denominar al peculiar movimiento de la punta inferior de las caídas de un palio mientras anda se utilizaba la palabra “escupir”, y el regodeo de los parlantes o escribientes con que si este palio escupe bien y este otro mal y dale que te pego con semejante asquerosidad de término. Tal que parecía la conversación un orinal o escupidera, llena de diversos tipos y tamaños de gargajos.








          La verdad, creía que sabía bastante de casi todo lo relativo a las Cofradías de Sevilla y sus procesiones en Semana Santa, y que había podido captar mejor que bien el sentido de la celebración, sus claves estéticas y, sobre todo, el alma difícil y tantas veces esquiva –burlona, incluso- de la Ciudad. Me he leído –bebido, mejor dicho, en las mejores fuentes: Gordillo, González De León, Bermejo, Izquierdo, Romero Murube, Sánchez Del Arco, Montoto, Hernández Díaz, Montesinos, Rodríguez Buzón, Delgado Alba, Burgos, Caro, etc.- todo lo que ha caído en mis manos, excepto la literatura barata pregoneril.

          Lo que desconocía absolutamente, que nunca había oído y que jamás se me hubiera pasado por la cabeza es que unas bambalinas pudiesen escupir ni he relacionado jamás nada de un paso de palio con esputos, gargajos o algo que pudiese expectorarse o arrojarse. En mi época los únicos que escupían eran los judíos al Señor, aunque ahora sea políticamente incorrecto y pretendan los progresiacos que seamos nosotros los que les escupamos a los judíos. ¿Pero algo en un paso de palio, que es la máxima expresión quintaesenciada de la estética cofradiera y la sublimación artística de la Belleza –es decir, platónicamente, de la Verdad- y también sublimación espiritual de la Mujer y la Pureza, le puede a uno traer a la mente un escupitajo? ¡Escupir! Me quedo pasmado con la neolengua kofrade.

          En la Ciudad -que fue por lo menos- de la Gracia y que ésta misma preñaba su habla de metáforas, imágenes y figuras literarias -llenas de la sal y del refinamiento populares y cultos a la vez- más deliciosas y ricas léxica y gramaticalmente hablando; de una maravillosa y deslumbrante dicción; y con una embelesadora declamatoria a cada frase, me es inconcebible que se haya podido utilizar el término escupir para dar la imagen y referirse a un determinado movimiento de bambalinas, que son la Gracia misma moviéndose en tantos casos. Al traste se dio con abaniqueo, balanceo, bamboleo, bandeo, cabeceo, capoteo, columpiado, contoneo, fluctuación, mecedura, mecido, meneo, ondulado, oscilación, titubeo, tremolado, tumbo, vacilación, variación, vaivén o, para mí, sincopado, el entrecortado, esto es, la clave de la Gracia. Al garete con sutilezas, refinamiento o gracia.

          Sincopado, al modo del picado o estacato de una marcha, el staccato en una nota, el acortamiento sobre lo esperado, lo predecible, o el movimiento que bruscamente corta la trayectoria que en origen nuestros sentidos le intuían, esperaban. El secreto, en fin, de la Gracia, el entrecortado, desde la que hay en el paso de un armao antiguo, hasta la de los clásicos y ya escasos toques de cornetas y tambores al estilo sevillano o de la Policía Armada –nada que ver con el de los Bomberos malagueños-, la de una banda interpretando –o compárese Tejera y El Carmen con la de la Armada de Madrid o la del Inmemorial-, la misma de los lances del toreo de la tierra o la que empapa el mejor Flamenco de duende y compás, en fin, la de algunas mujeres bailando por sevillanas o la del mismísimo andar de un palio sobre los pies o poquito a poco avanzando, moviendo sólo las cinturas, hasta incluso a paso de mudá’ pero con movimientos cortitos, entrecortados, sincopados, llenos de sal. Sincopado armonioso y, todo sea dicho, mesurado como corresponde a una Ciudad y una Celebración que ha llevado a gala –hasta hace bien poco con toda la razón- su sentido de la medida.

          Por eso nos gustan tan poco los costero a costero caleteros o costasoleros –ese movimiento predecible al compás, que se sabe dónde empieza y, perfectamente, dónde va a terminar, así como su inexorable repetición-. Porque si algo ocurre en el sincopado, a parte de la sensación en el espectador de que no se produce lo predecible, es que deja la incertidumbre de si se repetirá la acción, instante de vacilación de los sentidos, de duda y extrañeza inquietantes de los sentidos que, en una fracción de segundo, se desvanece por la continuación de la aparentemente interrumpida reiteración de los movimientos rítmicos.

          En una Ciudad donde en un mundo tan proclive a la ordinariez y la bajunería –y no me refiero al de los profesionales sino a este de los hermanos costaleros- como el de la gente de abajo se sustituye, por ejemplo, tan sutilmente el cargar un paso –¿Cómo va uno a cargar con la Virgen del Rosario por Correduría? ¿O con la del Patrocinio volviendo por San Jorge?- por trabajar, es inconcebible la utilización de término tan basto como escupir para denominar un movimiento característico y gracioso que se produce en algunos palios por la forma airosa de la parte inferior de sus bambalinas y por el trabajo fino de cintura y acompasado de sus costaleros. Aunque desde luego después de la proliferación de tanta revirá’ donde siempre fue vuelta y otros nuevos términos similares  que parece que se utilizan con el exclusivo propósito de llenarse la boca de chabacanería si no zafiedad, puede uno esperarse todo. Asimilar roleo ojediano contoneándose con gargajo expulsado por unas fauces, mismamente, que yo creo que es algo. En fin, peor es el espantoso cofrade por cofradiero como siempre ha sido y es razonable lingüísticamente. Aunque la periconciliar sustitución de cofradía por hermandad ya anunciaba el declive del habla clásica y hermosamente cofradiera. Escupirle a la Gracia, vamos.









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