sábado, 12 de abril de 2014

TARJA COFRADIERA. I. LA CIUDAD: CIVITATIS ORBIS BAETHICAE.









          Lector, atienda. Hoy, Sábado de Pasión, cuando la Ciudad, cansina –tabla adobada para los pinceles– espera la Luz y las penumbras de Mañana, yo quiero ofrecerle la primera de ocho tarjas. Cartelas de canasto antiguo –delantera, trasera, costeros y las esquinas–, tarjas revoloteadas de querubes barrigudos y lacrimosos, donde voy a tallarle –la gubia, tinta; por cedro, papel– en octavario, un relieve de nuestra Pasión.


          Y mientras la Ciudad espera, adormecida –tensión soterrada; torero en la habitación de una fonda–, voy a confesarme. Antes que Todo comience y ya nada pueda de verdad confesarse, inmersos en la epidermis de tanta emoción, le confieso, digo, la frase que mejor resume cuanto nos ocurrirá dentro de unas horas por aquí. Pero, escuche, que la oí en un estadio durante un partido (en "Carranza", vamos). Aquella plebe, brigadas con siluetas de revolucionarios en la manigua, amarilla de rabia, gritaba, sabia vox popvli: "La misma mierda es Sevilla que Jerez". Sabiduría popular en masa de energúmenos dando en el clavo.


          Sí, lector, desde que el Santo Rey D. Fernando III conquisso a Sevilla para Occidente y su hijo D. Alonso El Sabio (El Rey Nuestro Señor) incorporó Jerez, somos lo mismo: el Reino de Sevilla. Y Jerez su principal ciudad, antes que Carmona, Écija y Osuna, Sanlúcar o la misma Cádiz. En el Reino, pura Bética, solar tartésico, fuimos y somos la primera tras la Urbe. Primacía sustentada en el agro y universalizada por el comercio (Carrera de Indias y el Jerez).
 

          No olvidemos nunca (puede que algunos las empiecen a vislumbrar) nuestras coordenadas históricas, para enmarcar lo que somos desde lo que hemos sido. Nuestra Semana Mayor es una derivación directa de la de Sevilla (como todas las actuales lo son, mas indirectamente) en su penúltimo renacer Regionalista. Digna Hija de tal Madre. [1]


          Yo no puedo, ay, lector, objetiva o sentimentalmente establecer diferencias. Jerez, iniciándome; Sevilla, la culminación. Primera, Sevilla, la Madre; la segunda, Jerez. Que en esta lista de lo estético –calidad y cantidad– no hay tercera. ¿Se ha fijado cuanto cutrerío, aunque rico, sale por ahí? ¿A qué estériles polémicas de rivalidad? Una hija no copia a una madre, es su calco, y a mucha honra. [2]


          Ahora, la Ciudad en reposo, tensa espera, quieta, bella, antes que un quejí’o nos vocee de muerte la Sentencia, relamiendo su mayestático enseñorearse, entre los dos grandes ríos –Ora Maritima aviénica–, yo proclamo que somos lo mismo: "La misma m... es Sevilla que Jerez". Pero otros ni la huelen.


          Todo va a comenzar, sumerjámonos en la dicha.




                                                                                                          AUREO SANZ RUIZ


Publicado en el diario “ABC. Edición de Jerez” el 7 de Abril de 2001, Sábado de Pasión.  








NOTAS (Para lectores sevillanos poco hispalizados con escasos conocimientos béticos)


[1] La actual Semana Santa de Jerez de la Frontera es una copia Regionalista de la de Sevilla. Comenzó su transformación en los años veinte del Novecientos con la compra de enseres desechados y enajenados por las cofradías de la Capital llevada a cabo por parte de las grandes familias vinateras –como es el caso de varias ramas de los Domecq- a las que se debería poner, aunque no fuera un monumento en cada esquina de la ciudad, sí, por lo menos, una placa en las casas de hermandad de muchas cofradías, si no estuviéramos en una sociedad, como la española, carcomida por el resentimiento -que aflora de una baja pasión: el odio a la excelencia y la envidia por el bien ajeno- y en una Ciudad corrompida socialmente por los treinta y tantos años de satrapía nacionalsocialista versión andalucista.

          Lo más notorio fue la adquisición de los antiguos palios y mantos –así, de una vez- de la Virgen de la O (para la de la Piedad del Santo Entierro), los de la del Refugio (para la del Mayor Dolor de la Cofradía del Paso del Ecce Homo en San Dionisio) y los primeros de Rodríguez Ojeda para la de la Amargura (en este caso lucidos por la del Desconsuelo de la Cofradía de Los Judíos de San Mateo), auténticas obras maestras del bordado y, hoy, felizmente restaurados, conservados y utilizados. En la postguerra se compraron varios pasos con buenos canastos -las antiguas "urnas" que encargaban al portentoso Gijón- de talla, pero lo más extraordinario y paradigmático fue el encargo de palios enteros creados ex profeso –a lo bestia: manto y palio de una tacada- para la Virgen del Desamparo de la Cofradía del Prendimiento y para la de la Esperanza de la Yedra, a cargo de miembros de la familia Domecq De La Riva -en felicisíma competencia para el patrimonio cofradiero de los hermanos Pedro y Manuel Antonio, hijos de Doña Petra, que pertenecían ambos a las dos, aun cuando sus epígonos se decantasen por la de Santiago, los Urquijo, y por la de San Miguel, los Beltrán De Lis y los Llanza, respectivamente- que colocaron en un plisplás en medio de la calle dos pasos impresionantes. De tal manera –y con una más que endeble participación en el devenir de las cofradías de la raquítica mesocracia de funcionarios, empleados, menestrales, artesanos, comerciantes o profesionales liberales de la Ciudad, en comparación con la poderosa burguesía, cofradieramente hablando, de la Capital- se llega a conformar una esplendorosa Semana Santa a expensas de la clase vinatera -alta burguesía o patriciado urbano entreverado de sangre de comerciantes, muchos de ellos extranjeros, y mezclada con la pequeña nobleza local o comarcal-, con la mayor densidad cofradiera del Orbe Católico: veintinueve cofradías y un Via+Crvcis en Madre de Dios, es decir, treinta, para una ciudad que no llegaba a los dos centenares de miles de almas. 






[2] Así llegamos al periodo de máxima decadencia cofradiera en España a finales de los sesenta y principios de los setenta de la pasada centuria -en medio de la más pavorosa secularización periconciliar de una Iglesia rendida a los pies de la última versión del materialismo positivista: el marxismo, que aún nos continúa asfixiando, hasta la extenuación y una más que cantada muerte de nuestras democracias liberales-, en el que aguantaba sobradamente el tirón Sevilla, y Jerez la seguía como segunda Semana Santa en importancia –exceptuando exuberancias capitalinas costasoleras de “distintas” sensibilidades y “estética”-. El renacido interés por los temas de costumbres y celebraciones populares regionales de los últimos años setenta,  con la nueva Monarquía Constitucional, el régimen de libertades políticas y la novedosa "organización" regional -región, que viene de reino, los antiguos peninsulares y los virreinos- convierte a la Semana Mayor hispalense en un fenómeno de masas en auge, que continúa creciendo en nuestros días, a pesar de un aparente declive alrededor del cambio de milenio en cuanto a masificación se refiere, pues en lo referido tanto a celebraciones como a actos -cultuales o no-, éstos no han parado de aumentar en cantidad –la calidad ya es harina de otro costal-.

          Con ese escalón del más o menos lustro de casi obligado retraso, comienza el aparatoso auge de la Semana Santa jerezana, exclusivamente “marciana” -y aun “semanasantera”- anteriormente, y que hace omnipresentes a las Cofradías en la vida de la Ciudad durante todo el año, al estilo con el que siempre fueron protagonistas en la Capital -y, en esos momentos, con un papel de mayor pujanza y relieve tras dicho renacer-. Rápidamente, y como consecuencia de su intenso tirón popular y del lánguido poder ejercido por las fuerzas vivas civiles -la maldita falta de una clase media o mesocracia independiente, densa, poderosa y activa que, junto a la desaparición del patriciado urbano vinatero, ha sido clave en el horripilante devenir contemporáneo de la Ciudad- débil poder, digo, en su vida interna, las Cofradías de Jerez son infiltradas por la savia emponzoñada de la satrapía municipal –que, se dice pronto, llegó a constituir la “empresa” más grande de la moderna actual provincia de Cádiz-. De esta forma, fueron veloz y certeramente presas en las redes de la subvención y en la “cultura” de lo “público” o, en otras palabras, el enchufismo, las prebendas y la represión implacable de la disidencia con las formas del mejor talante del buen rollito y la corrección política del pensamiento único. Eso sí, formas -aunque lo peor fuese el fondo- adobadas, aplaudidas y jaleadas por unos medios de comunicación dignos del más puro régimen socialista. Cual calle peatonalizada –es decir, intervenida por el poder público- después de un aparente periodo de esplendor que parecía no tener fin –como las burbujas económicas, ésas donde todos somos felices, desde el rico al pobre, ésas que se producen por la manipulación de los gobernantes en el precio del dinero, o sea, los tipos de interés, el crédito y la emisión de moneda fiduciaria sin patrón oro por los bancos centrales, y que aunque cíclicamente estallen y se venga todo el chiringo abajo, no somos capaces de atajar maniatando a onerosos administradores de lo público manipuladores del dinero y dejando libre al mercado, es decir, a la gente, algo inadmisible para socialistas e intervencionistas de toda laya y condición-, esplendor sin fin, decía, que tras varias cacicadas seguidas, ora magnas, ora inmensas como carrera oficial, de aviesas intenciones y del más bajuno perfil –cuando estaban ya sumisas a los pies del poder del sátrapa municipal y su corte de bufones insensatos, insensibles e irreverentes para con ellas, las cofradías, que eran tratadas meramente como vulgares cómicas para el ratito de diversión, el baño de mansa masa popular y el control de la vida civil, como el de cualquier otra cosa que se moviese en la Ciudad- comenzó un declive imparable en la vida de estas venerables, si admirables aun frágiles, instituciones religiosas civiles, a la vez que se producía una impresionante siembra, pudiéramos denominar con el término de cuasi metastásica, de nuevas hermandades y asociaciones de fieles tipo cofradía que han venido a adelgazar aún más el papel de fumar con que estaba cogido el mundo cofradiero de Jerez, con su ya insostenible altísima densidad cofradiera arrastrada desde hacía décadas.

          A la par de este tristísima decadencia expansiva –y al número de nazarenos paupérrimo versus el de nuevas cofradías y otras asociaciones con derecho a procesión pasionista me remito: auténtica “patada hacia adelante”, correteo de pollo sin cabeza, suicidio “cofrade” o atentado "kofrade-barroko" colectivos y hasta, quién sabe, jugada florentina mitral plena de maquiavelismo- se estaba produciendo un esperanzador y sugestivo renacer de las celebraciones cofradieras en la Semana Santa de Cádiz, Córdoba y Granada –Almería, incluso, otras localidades de Andalucía y, aun, de más allá, hasta ser un movimiento en alza que cubre toda España-. Ciudades que habían bebido de las mejores fuentes de la estética de la hispalense pero no habían llegado a asimilar plenamente el estilo y los quilates artísticos en todos los sentidos de las Cofradías de la capital del antiguo Reino de Sevilla. Renacer, ahora, en una línea estética muy en el estilo de la Capital en las celebraciones de la Semana Santa de ciudades que habían tenido desfiles procesionales y cofradías languidecientes en los setenta, y que a punto estuvo de no celebrarse con ninguna estación de penitencia, como fue el caso de la capital del antiguo último Reino de la España peninsular allá por los primeros ochenta.








          Pues bien, después de todo ello, como queda expuesto, todavía hay alcornoques que intentan comparaciones absurdas en un plano de rivalidad, por partir de un presupuesto, propio de ignaros y típico del más enano de los pratrioterismos chicos, que las considera distintas, como si la Semana Santa de Sevilla no fuera la primera y la de Jerez la segunda, aunque sean la misma cosa. Lo malo –o lo bueno, según el sitio desde el que se mire- es que ya hay algunas llamando a la puerta de la tercera posición –y aun, ay, segunda- en la lista de celebraciones de la Semana Santa al estilo de las cofradías de Sevilla. Y Jerez, claro. 








Fotografías: Áureo Sanz Ruiz

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