Lector, atienda. Hoy, Sábado de
Pasión, cuando la Ciudad, cansina –tabla adobada para los pinceles– espera la
Luz y las penumbras de Mañana, yo quiero ofrecerle la primera de ocho tarjas.
Cartelas de canasto antiguo –delantera, trasera, costeros y las esquinas–,
tarjas revoloteadas de querubes barrigudos y lacrimosos, donde voy a
tallarle –la gubia, tinta; por cedro,
papel– en octavario, un relieve de nuestra Pasión.
Y mientras la Ciudad espera,
adormecida –tensión soterrada; torero en la habitación de una fonda–, voy a
confesarme. Antes que Todo comience y ya nada pueda de verdad confesarse,
inmersos en la epidermis de tanta emoción, le confieso, digo, la frase que
mejor resume cuanto nos ocurrirá dentro de unas horas por aquí. Pero, escuche,
que la oí en un estadio durante un partido (en "Carranza", vamos).
Aquella plebe, brigadas con siluetas de revolucionarios en la manigua, amarilla
de rabia, gritaba, sabia vox popvli: "La misma mierda es Sevilla que
Jerez". Sabiduría popular en masa de energúmenos dando en el clavo.
Sí, lector, desde que el Santo Rey D.
Fernando III conquisso a Sevilla para Occidente y su hijo D. Alonso El Sabio
(El Rey Nuestro Señor) incorporó Jerez, somos lo mismo: el Reino de Sevilla. Y
Jerez su principal ciudad, antes que Carmona, Écija y Osuna, Sanlúcar o la
misma Cádiz. En el Reino, pura Bética, solar tartésico, fuimos y somos la
primera tras la Urbe. Primacía sustentada en el agro y universalizada por el
comercio (Carrera de Indias y el Jerez).
No olvidemos nunca (puede que algunos
las empiecen a vislumbrar) nuestras coordenadas históricas, para enmarcar lo
que somos desde lo que hemos sido. Nuestra Semana Mayor es una derivación
directa de la de Sevilla (como todas las actuales lo son, mas indirectamente)
en su penúltimo renacer Regionalista. Digna Hija de tal Madre. [1]
Yo no puedo, ay, lector, objetiva o
sentimentalmente establecer diferencias. Jerez, iniciándome; Sevilla, la culminación.
Primera, Sevilla, la Madre; la segunda, Jerez. Que en esta lista de lo estético
–calidad y cantidad– no hay tercera. ¿Se ha fijado cuanto cutrerío, aunque
rico, sale por ahí? ¿A qué estériles polémicas de rivalidad? Una hija no copia
a una madre, es su calco, y a mucha honra. [2]
Ahora, la Ciudad en reposo, tensa
espera, quieta, bella, antes que un quejí’o nos vocee de muerte la Sentencia,
relamiendo su mayestático enseñorearse, entre los dos grandes ríos –Ora
Maritima aviénica–, yo proclamo que somos lo mismo: "La misma m... es
Sevilla que Jerez". Pero otros ni la huelen.
Todo va a comenzar, sumerjámonos en
la dicha.
AUREO SANZ RUIZ
Publicado en el diario “ABC.
Edición de Jerez” el 7 de Abril de 2001, Sábado de Pasión.
NOTAS (Para lectores sevillanos
poco hispalizados con escasos conocimientos béticos)
[1] La actual Semana Santa de
Jerez de la Frontera es una copia Regionalista de la de Sevilla. Comenzó su
transformación en los años veinte del Novecientos con la compra de enseres desechados y enajenados por las cofradías de la Capital llevada a cabo por
parte de las grandes familias vinateras –como es el caso de varias ramas de los
Domecq- a las que se debería poner, aunque no fuera un monumento en cada esquina
de la ciudad, sí, por lo menos, una placa en las casas de hermandad de muchas
cofradías, si no estuviéramos en una sociedad, como la española, carcomida por
el resentimiento -que aflora de una baja pasión: el odio a la excelencia y la
envidia por el bien ajeno- y en una Ciudad corrompida socialmente por los treinta
y tantos años de satrapía nacionalsocialista versión andalucista.
Lo más notorio fue la adquisición de
los antiguos palios y mantos –así, de una vez- de la Virgen de la O (para la de
la Piedad del Santo Entierro), los de la del Refugio (para la del Mayor Dolor
de la Cofradía del Paso del Ecce Homo en San Dionisio) y los primeros de
Rodríguez Ojeda para la de la Amargura (en este caso lucidos por la del
Desconsuelo de la Cofradía de Los Judíos de San Mateo), auténticas obras
maestras del bordado y, hoy, felizmente restaurados, conservados y utilizados.
En la postguerra se compraron varios pasos con buenos canastos -las antiguas "urnas" que encargaban al portentoso Gijón- de talla, pero
lo más extraordinario y paradigmático fue el encargo de palios enteros creados
ex profeso –a lo bestia: manto y palio de una tacada- para la Virgen del
Desamparo de la Cofradía del Prendimiento y para la de la Esperanza de la Yedra, a cargo de miembros de la familia Domecq De La Riva -en felicisíma competencia para el patrimonio cofradiero de los hermanos Pedro y Manuel Antonio, hijos de Doña Petra, que pertenecían ambos a las dos, aun cuando sus epígonos se decantasen por la de Santiago, los Urquijo, y por la de San Miguel, los Beltrán De Lis y los Llanza, respectivamente- que colocaron en un plisplás en medio de la calle dos pasos
impresionantes. De tal manera –y con una más que endeble participación en el
devenir de las cofradías de la raquítica mesocracia de funcionarios, empleados, menestrales, artesanos, comerciantes o profesionales liberales de la Ciudad, en comparación
con la poderosa burguesía, cofradieramente hablando, de la Capital- se llega a
conformar una esplendorosa Semana Santa a expensas de la clase vinatera -alta burguesía o patriciado urbano entreverado de sangre de comerciantes, muchos de ellos extranjeros, y mezclada con la pequeña nobleza local o comarcal-, con la
mayor densidad cofradiera del Orbe Católico: veintinueve cofradías y un Via+Crvcis
en Madre de Dios, es decir, treinta, para una ciudad que no llegaba a los dos
centenares de miles de almas.
[2] Así llegamos al periodo de
máxima decadencia cofradiera en España a finales de los sesenta y principios de
los setenta de la pasada centuria -en medio de la más pavorosa secularización periconciliar de una Iglesia rendida a los pies de la última versión del materialismo positivista: el marxismo, que aún nos continúa asfixiando, hasta la extenuación y una más que cantada muerte de nuestras democracias liberales-, en el que aguantaba sobradamente el tirón
Sevilla, y Jerez la seguía como segunda Semana Santa en importancia –exceptuando
exuberancias capitalinas costasoleras de “distintas” sensibilidades y “estética”-.
El renacido interés por los temas de costumbres y celebraciones populares
regionales de los últimos años setenta, con la nueva Monarquía Constitucional, el régimen de libertades políticas y la novedosa "organización" regional -región, que viene de reino, los antiguos peninsulares y los virreinos- convierte a la Semana Mayor hispalense
en un fenómeno de masas en auge, que continúa creciendo en nuestros días, a pesar
de un aparente declive alrededor del cambio de milenio en cuanto a masificación
se refiere, pues en lo referido tanto a celebraciones como a actos -cultuales o no-, éstos no han
parado de aumentar en cantidad –la calidad ya es harina de otro costal-.
Con ese escalón del más o menos lustro
de casi obligado retraso, comienza el aparatoso auge de la Semana Santa
jerezana, exclusivamente “marciana” -y aun “semanasantera”- anteriormente, y que
hace omnipresentes a las Cofradías en la vida de la Ciudad durante todo el año,
al estilo con el que siempre fueron protagonistas en la Capital -y, en esos momentos, con un papel de mayor pujanza y relieve tras dicho renacer-. Rápidamente,
y como consecuencia de su intenso tirón popular y del lánguido poder ejercido
por las fuerzas vivas civiles -la maldita falta de una clase media o mesocracia independiente, densa, poderosa y activa que, junto a la desaparición del patriciado urbano vinatero, ha sido clave en el horripilante devenir contemporáneo de la Ciudad- débil poder, digo, en su vida interna, las Cofradías de Jerez son
infiltradas por la savia emponzoñada de la satrapía municipal –que, se dice
pronto, llegó a constituir la “empresa” más grande de la moderna actual
provincia de Cádiz-. De esta forma, fueron veloz y certeramente presas en las redes de la
subvención y en la “cultura” de lo “público” o, en otras palabras, el
enchufismo, las prebendas y la represión implacable de la disidencia con las
formas del mejor talante del buen rollito y la corrección política del
pensamiento único. Eso sí, formas -aunque lo peor fuese el fondo- adobadas,
aplaudidas y jaleadas por unos medios de comunicación dignos del más puro régimen
socialista. Cual calle peatonalizada –es decir, intervenida por el poder público-
después de un aparente periodo de esplendor que parecía no tener fin –como las
burbujas económicas, ésas donde todos somos felices, desde el rico al pobre, ésas que se producen por la manipulación de los gobernantes en
el precio del dinero, o sea, los tipos de interés, el crédito y la emisión de moneda fiduciaria sin patrón oro por los bancos centrales, y que aunque cíclicamente
estallen y se venga todo el chiringo abajo, no somos capaces de atajar maniatando a onerosos administradores de lo público manipuladores del dinero y dejando libre al mercado, es decir, a la gente, algo inadmisible para socialistas e intervencionistas de toda laya y condición-, esplendor sin fin, decía, que tras
varias cacicadas seguidas, ora magnas, ora inmensas como carrera oficial, de aviesas intenciones y del más bajuno perfil –cuando estaban ya sumisas a
los pies del poder del sátrapa municipal y su corte de bufones insensatos,
insensibles e irreverentes para con ellas, las cofradías, que eran tratadas meramente
como vulgares cómicas para el ratito de diversión, el baño de mansa masa
popular y el control de la vida civil, como el de cualquier otra cosa que se
moviese en la Ciudad- comenzó un declive imparable en la vida de estas venerables, si admirables aun frágiles, instituciones religiosas civiles, a la vez que se producía una
impresionante siembra, pudiéramos denominar con el término de cuasi metastásica,
de nuevas hermandades y asociaciones de fieles tipo cofradía que han venido a
adelgazar aún más el papel de fumar con que estaba cogido el mundo cofradiero
de Jerez, con su ya insostenible altísima densidad cofradiera arrastrada desde
hacía décadas.
A la par de
este tristísima decadencia expansiva –y al número de nazarenos paupérrimo
versus el de nuevas cofradías y otras asociaciones con derecho a procesión
pasionista me remito: auténtica “patada hacia adelante”, correteo de pollo sin
cabeza, suicidio “cofrade” o atentado "kofrade-barroko" colectivos y hasta, quién sabe, jugada florentina mitral plena de maquiavelismo- se estaba produciendo un
esperanzador y sugestivo renacer de las celebraciones cofradieras en la Semana Santa de Cádiz, Córdoba y
Granada –Almería, incluso, otras localidades de Andalucía y, aun, de más allá,
hasta ser un movimiento en alza que cubre toda España-. Ciudades que habían
bebido de las mejores fuentes de la estética de la hispalense pero no habían
llegado a asimilar plenamente el estilo y los quilates artísticos en todos los
sentidos de las Cofradías de la capital del antiguo Reino de Sevilla. Renacer, ahora, en
una línea estética muy en el estilo de la Capital en las celebraciones de la Semana
Santa de ciudades que habían tenido desfiles procesionales y cofradías languidecientes en los setenta, y que a punto estuvo
de no celebrarse con ninguna estación de penitencia, como fue el caso de la capital
del antiguo último Reino de la España peninsular allá por los primeros ochenta.
Pues bien, después de todo ello, como
queda expuesto, todavía hay alcornoques que intentan comparaciones absurdas en un
plano de rivalidad, por partir de un presupuesto, propio de ignaros y típico
del más enano de los pratrioterismos chicos, que las considera distintas, como
si la Semana Santa de Sevilla no fuera la primera y la de Jerez la segunda,
aunque sean la misma cosa. Lo malo –o lo bueno, según el sitio desde el que se
mire- es que ya hay algunas llamando a la puerta de la tercera posición –y aun,
ay, segunda- en la lista de celebraciones de la Semana Santa al estilo de las cofradías
de Sevilla. Y Jerez, claro.
Fotografías: Áureo Sanz Ruiz
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