lunes, 14 de abril de 2014

TARJA COFRADIERA. III. LOS NAZARENOS: GLORIA NAZARENORVM.









          Un saludo, lector, con el cuerpo ya por fin impregnado de aire. Ayer matamos el gusano que nos empezó a corroer allá cuando apretaban las calores –después de espigas y Minervas; antes del fruto de un majuelo–. Runrún en las entrañas, mustias de sentimientos. Todo ha comenzado a renacer, despertamos nuestros sentidos a Todo y, Lunes Santo, se nos va llenando el cántaro desde el fondón del alma.


          Vacías se están quedando las sillas en que reposaron túnicas y antifaces, las perchas en que colgaron del ropero las capas, tras la restauración por nuestras más tiernas manos –mujer, madre, hermanas– que tanto siempre han dicho en las cofradías. Rito sagrado de vestirse en la penumbra de la alcoba –tamizada de velatorio antiguo; sala De Profundis por unos instantes– el hábito nazareno, para, ya en el pasillo, vuelta completa, conseguirnos el toque femenino de lo impecable: unos tirones, algún ajuste. Torrija y café para las fuerzas.


          Y a la calle –camino más corto, menos transitado–, ya de incógnito, los pensamientos idos, la cara recalentada por el vaho que no deja escapar el paño. Llegados a la iglesia, fuera el capirote: frío, penumbra, susurros, una oración y el recuerdo. Crece la colmena, acopiando cera, arremolinada por colocarse y sube la calor, hasta que las puertas –fresco y repeluco; contacto con el mundo– dejan escapar en filas el enjambre para libar por los rincones de la Ciudad y convertirla –laberinto de calles– en un tapiz traído por el Galeón de Manila.


          Atienda, lector, el discurrir de los cuerpos de nazarenos de las cofradías, que nunca hubo más compostura, orden, recogimiento. Elegancia de pueblo antiguo, aunque antaño ni por asomo hubiera tanta formalidad.


          ¿Se ha fijado que, a pesar de la calle, las dos filas mantienen la distancia marcada por dos cirios que se tocan puestos al cuadril? ¿Cómo serpentean, largas, por el centro de calles anchas? ¿Ha reparado en el cirio siempre terciado en las cofradías de capa? ¿Y cómo las que no la llevan, mantienen sus cirios sin alzar hasta que el paso está fuera, momento en el que los suben para alumbrar, figuradamente claro, al Sagrado Titular? ¿Y el cuadril –perfecto triángulo: catetos, brazo y antebrazo; hipotenusa, el cirio– que forman a la cintura? ¿Se ha fijado en el garbo erguido de los nazarenos: rectos, quizás, a veces, ligerísimo contrapposto? ¿Sus miradas perdidas, vista siempre adelante? ¿Y sus manos: ni anillos ni reloj, nunca –que la camisa se arremanga al codo– un puño? ¿Sus pies: sandalias de material –cola–; zapatillas con hebilla –capa– pero sin nombrecitos; nunca –que el calzón queda a la rodilla– una vuelta? ¿Las colas al brazo; las capas –menos con vientecito, que una leve mano las recoge a la barriga– siempre sueltas? ¿Y el imperceptible andar por entre el tramo de los diputados, hasta que parados, siempre de frente, mudos permanecen, manos por delante asidas al palermo, canasto al brazo, que no hay tanto que celar?


          Son nuestra gloria estos nazarenos. Por cierto que han salido unos cursos (Home cophrade) con especialidades: diputado mayor de gobierno, cruz y tramo; fiscal de paso y banda. Los de juez pa’l pueblo, que Pilatos se encarga de firmar la sentencia (algunas a reclusión perpetua, que las ca’enas van detrás del crucifijo, qué penita).




                                                                                                          AUREO SANZ RUIZ


Publicado en el diario “ABC. Edición de Jerez” el 9 de Abril de 2001, Lunes Santo.








NOTAS (Para lectores sevillanos poco hispalizados con escasos conocimientos béticos).

[1] Con el escalón de los aproximadamente cinco años llegó a la Semana Santa de Jerez el explosivo despertar cofradiero que con el nuevo regionalismo “autonomista” se había hecho patente en Sevilla en los primerísimos ochenta. La masificación en el número de nazarenos, amén de las cuadrillas de hermanos costaleros, fue generalizada como, así mismo, la mayor compostura y orden durante la estación de penitencia. Algo de todo esto llegó a Jerez.

          Sin embargo, aunque alrededor del cambio de milenio la incorporación de las mujeres a los cuerpos de nazarenos hizo aumentar aún más su densidad, comenzó a registrarse una disminución lenta y paulatina en el número de hermanos que vestían la túnica –fenómeno que parece haberse estabilizado, incluso con un repunte actual- a la vez que se producían las primeras muestras de la pérdida de la compostura que había reinado en la inmensa mayoría de los cortejos penitenciales. No fue otra cosa que las primeras nazarenas descapirotadas muertecitas de calor las criaruritas o jartitas de coles las pobres con sus pies destroza’itoh. Casi sin solución de continuidad aparecen los primeros nazarenos Moi acompañados de un brazo por su Yessi, mientras que en la otra mano portaban el cirio –de cera, se entiende- para, inmediatamente, aparecer la Vane sofocadita con el capirote al brazo y un moño en to’ lo arto y su Kevin cani al lado cogiéndole el culo, túnica y capa mediante o rabo, digo, cola.

          De los de abajo, sus movimientos “trabajando”, besuqueos y sollozos sonoros extramuros de los faldones, frases miarmas intramuros, amen de tatuados brazos y pinturas murales “al fresco” del costal,  ya ni digo.

          De “músicos” protegidos del sol con generosas “sun-glasses”, caracolillos o pinchos capilares, sin contar con toda suerte de uniformidad digna de la plana mayor de algún Regimiento de Dragones imperiales, de una reunión de lores del Almirantazgo o del servicio de camareros deconstruidos a lo Bulli, mejor ni hablar.

          De todo este movimiento participaba la Ciudad como poseedora de la segunda Semana Santa en importancia del Reino y, por ende, del Orbe Católico, hasta que empezó a aparecer la caquéctica situación a la que la neoplasia hipertrófica caciquil del Gobierno municipal había llevado a la ciudad, en general, y a las cofradías en particular. Cuerpos de nazarenos adelgazando a pasos agigantados, anorexia en la afición cofradiera y, a todo esto, pues venga a prolongar el esfuerzo con magnas, interminables, metamorfósicas y evanescentes carreras, así como medallas de oro, coronaciones y aniversatrios múltiples con salida extraordinaria incliuda. Y, por si fuera poco, metástasis por doquier en barrios, barriadas, vísperas y los propios días santos. Un panorama aterrador mientras la Ciudad languidece agónica económica y socialmente. 








Fotografía: Áureo Sanz Ruiz 

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