Qué le digo, lector, en Sábado Santo con el
cuerpo desbarata’íto como lo tenemos, henchidos por tanto gozo y que ya Todo se
nos ha ido de las manos. Pues nada, porque no estamos ni para nostalgias, sin
tener ganitas de na’, hasta con asco de cofradías, que nos ponen un marchita en
el "compa" y miramos al tío con cara de perpetrar un asesinato
(garrote al que ponga una de la “Presentación” de Dos Hermanas con una jartá’
de solos de corneta y silencios con tambores sordos). ¿Y si tomándose hoy el
primer café con cara de toro resabia’o, van y le ponen la última creación de
Rogelio Conesa (Melody Record): "El pájaro morado cruza los
cielos..."? ¿O esta otra: "In ictu oculi"?
– ¡Niñooo... metete el disquito por
el o... culi!
¡Ole, qué arte! Hoy que no tenemos cuerpo. Entonces marchando, la que marcha es una de costaleros. Pues mire, lector, lo primero que le diría es lo malamente que andan la inmensa mayoría de los pasos en Jerez. Lo que le digo: que es lo primero que se te viene a la vista. Y no me refiero al trabajo en general de la gente de abajo: alardes, esfuerzo, empuje, casta y corazón. No. Digo: andar, es decir, el movimiento rítmico que se produce en el paso cuando elevado va progresando. Nosotros por aquí, tan amantes de la perfección, la mesura y el auténtico pellizco nos hemos decantado por una forma concreta de llevar los pasos. Abominamos –tibi soli peccavi– de las desmesuras malagueñas (preferimos una berlina germana que una limusina con chófer negro y rubia de melena leonina, tacones de aguja, minifalda de tubo, muy siliconada), de la regularidad preconcebida (como los penitentes de Cartagena desfilando), de las ruedas vallisoletanas o de las mecidas de la "capital" (que un poco más y aparece un paso patasarriba en La Caleta). Incluso hemos desechado la forma tradicional de cargar en Jerez (y en todos los lados) aunque conservemos sabrosísimas reliquias.
¡Ole, qué arte! Hoy que no tenemos cuerpo. Entonces marchando, la que marcha es una de costaleros. Pues mire, lector, lo primero que le diría es lo malamente que andan la inmensa mayoría de los pasos en Jerez. Lo que le digo: que es lo primero que se te viene a la vista. Y no me refiero al trabajo en general de la gente de abajo: alardes, esfuerzo, empuje, casta y corazón. No. Digo: andar, es decir, el movimiento rítmico que se produce en el paso cuando elevado va progresando. Nosotros por aquí, tan amantes de la perfección, la mesura y el auténtico pellizco nos hemos decantado por una forma concreta de llevar los pasos. Abominamos –tibi soli peccavi– de las desmesuras malagueñas (preferimos una berlina germana que una limusina con chófer negro y rubia de melena leonina, tacones de aguja, minifalda de tubo, muy siliconada), de la regularidad preconcebida (como los penitentes de Cartagena desfilando), de las ruedas vallisoletanas o de las mecidas de la "capital" (que un poco más y aparece un paso patasarriba en La Caleta). Incluso hemos desechado la forma tradicional de cargar en Jerez (y en todos los lados) aunque conservemos sabrosísimas reliquias.
En fin, lo que nos gusta de verdad
–¿de verdad?– son movimientos leves, sincopados, cortitos, por derecho.
Ligerísima oscilación hacia un costero que se interrumpe bruscamente para irse
al otro. El mismo sincopado –o abreviar antes de terminar; lo que se apunta
pero no sucede– de una media verónica o las bulerías: eso es el arte y la
gracia. Lo malo es que los pasos en Jerez no solamente oscilan suavemente de un
lado a otro sino también de arriba a abajo: botan; y eso ya no tiene gracia.
Hablando con gente de abajo, que yo
nunca me he hecho la ropa (con lo bien que se ve un paso desde fuera) me dicen
(los sensatos y no los chuflas localistas) que existe un doble problema: la
molía y la forma de trabajar. [1] La molía evidentemente es un invento
diabólico: funcional y estéticamente. Dicen que la tradición. ¡Pero si es algo
de ayer por la tarde! Para tradicional: horquilla y hombro. De ayer y porque no
se sabía hacerse la ropa, algo que requiere técnica y tradición. Se justifica
en ambientes pregoneriles y de mucha exaltación poética como el horcate y manta
–en comparación con el costal de supuesto y falso origen en los estibadores
sevillanos– de las mulas de los tiros de carros de bodega. Pues mire, pa’
compararme con una mula, compare a su señora m... Podíamos sacar ahora los
techos de palio a dos aguas como las naves de bodega (¡Qué bonito, qué bonito
hijo, y mu'd'aquí!). Por favor... seamos serios.
En cuanto a la forma de ir trabajando, me dicen que la cuestión es que se hace con los pies y no con la cintura, por derecho. Pero que resulta que con costal se trabaja mejor con la cintura porque, entre otras cosas, no te permite aliviarte levantando los pies. Y lo que me dicen yo lo veo diáfano, lógico. Pues está claro: las molías para enganchar en quinta a la media en la Feria.
Otro problema, no tan extendido, es la forma de avanzar y los alardes, diríamos, circenses (fuerza y juventud; y mucho relevo). Había que ver a aquellos costaleros antiguos: chicos, complexión de hambruna, pechos de tisis y celtas cortos; sin alardes –que no podían–, con mucho corazón y miseria, calzando la mitad del paso, pero andando siempre por derecho. Porque mire, lector, entre eternas entradas en, ay, la Rotonda, vueltas (ahora revirá’s de los informadores "cofrades" y cursis) y recogí’as, entraditas y salidas perdemos mesura y fugacidad. La medida y lo efímero, tan manidos pero que son la clave de la Gracia. Sobre los de costero a costero desmesurados y los arreones p'alante con paradiña (balón ajustado y... ¡gol!) sobre los pies no le digo nada, por no decirle de los pasitos p'atras. En verdad bien, bien: venga de frente, siempre de frente, poquito a poco, no corré’... Lo demás pa’ las gogós de Yoryidán, que las voces debajo del paso las mandamos pa'l coro de una opereta en el Villamarta.
En cuanto a capataces, que se debe utilizar el terno de luto riguroso, pero... si ya no se utiliza chaqué ni en el Pregón. Camisas de cuadritos de mantel y corbatas de tonos metálicos (que chic, sssabesss... te lo juro) para la caseta de feria. Lo ideal: pasar lo más desapercibido posible en cuanto a gestos, voces, movimientos y saluditos –con abrazos y palmoteo de espalda y una lagrimita aflorando... ¡uf–. Y lo más percibido con respecto a autoridad y mando.
De los hermanos costaleros no hay más que hablar: las cuadrillas son un imposible. Nos vienen las de aficionados que trabajan todos los días bajo las órdenes de un grupo de capataces escogido. Es, será así, y bien está.
En cuanto a la forma de ir trabajando, me dicen que la cuestión es que se hace con los pies y no con la cintura, por derecho. Pero que resulta que con costal se trabaja mejor con la cintura porque, entre otras cosas, no te permite aliviarte levantando los pies. Y lo que me dicen yo lo veo diáfano, lógico. Pues está claro: las molías para enganchar en quinta a la media en la Feria.
Otro problema, no tan extendido, es la forma de avanzar y los alardes, diríamos, circenses (fuerza y juventud; y mucho relevo). Había que ver a aquellos costaleros antiguos: chicos, complexión de hambruna, pechos de tisis y celtas cortos; sin alardes –que no podían–, con mucho corazón y miseria, calzando la mitad del paso, pero andando siempre por derecho. Porque mire, lector, entre eternas entradas en, ay, la Rotonda, vueltas (ahora revirá’s de los informadores "cofrades" y cursis) y recogí’as, entraditas y salidas perdemos mesura y fugacidad. La medida y lo efímero, tan manidos pero que son la clave de la Gracia. Sobre los de costero a costero desmesurados y los arreones p'alante con paradiña (balón ajustado y... ¡gol!) sobre los pies no le digo nada, por no decirle de los pasitos p'atras. En verdad bien, bien: venga de frente, siempre de frente, poquito a poco, no corré’... Lo demás pa’ las gogós de Yoryidán, que las voces debajo del paso las mandamos pa'l coro de una opereta en el Villamarta.
En cuanto a capataces, que se debe utilizar el terno de luto riguroso, pero... si ya no se utiliza chaqué ni en el Pregón. Camisas de cuadritos de mantel y corbatas de tonos metálicos (que chic, sssabesss... te lo juro) para la caseta de feria. Lo ideal: pasar lo más desapercibido posible en cuanto a gestos, voces, movimientos y saluditos –con abrazos y palmoteo de espalda y una lagrimita aflorando... ¡uf–. Y lo más percibido con respecto a autoridad y mando.
De los hermanos costaleros no hay más que hablar: las cuadrillas son un imposible. Nos vienen las de aficionados que trabajan todos los días bajo las órdenes de un grupo de capataces escogido. Es, será así, y bien está.
– ¿Se va a dar este año usted una revirá’ por la Feria? (léase: vuelta).
Pues mire, yo la revirá’ cuando estoy
hasta las trancas de copas y me marco una sevillanita. Que luego viene la
recogí’a y se me va el paso de un costero al otro, p'alante, p'atrás
(“Aguantarse ese costero...”) cuando quiero cruzar la puerta de mi casa (“Que
no roce un vará’...”) sin Marcha Real pa’ coger la cama (“A tierra to's por
iguá’...”).
AUREO
SANZ RUIZ
Publicado en el diario “ABC.
Edición de Jerez” el 14 de Abril de 2001, Sábado Santo.
NOTAS (Para lectores sevillanos
poco hispalizados con escasos conocimientos béticos)
[1] En Jerez, como todo el Orbe
Católico, los pasos consistían en andas de reducidas dimensiones –las exuberancias
costasoleras provienen de los años veinte del siglo pasado- en forma de
parihuela que se portaba a hombros con horquillas. Algún paso, como inestimable
y sabrosa reliquia, queda en la actualidad así portado en la Ciudad, con
cargadores que visten túnica con cíngulo y paño ajustado sobre la cabeza a la
manera “egipcia” llamado velo y que se ayudan de una horquilla. Con el renacer Regionalista
de la Semana Santa jerezana al calor del que este movimiento había producido
en la de Sevilla, los pasos se enriquecieron a su imitación –importando incluso
enseres directamente de la Urbe- a la vez que se agrandaban, adoptándose el
modo de cargar sobre la cerviz de los costaleros que bien en labores como mozos
de cuerda o “gallegos” bien en la de estiba del puerto habían sido comenzados a
contratar en el siglo XVII por el Cabildo de la Catedral para el transporte de
las andas de la custodia que cobijaba a Su Divina Majestad Sacramentada en la
procesión del Corpus Grande, bajo un paso provisto de sus correspondientes
faldones que los ocultaban de la vista de los espectadores. Afortunada forma de
portar los pasos que se fue adoptando con rapidez por las cofradías de penitencia para sus andas,
a las que permitió su aumento de dimensiones; el que el canon de las figuras
fuera por tanto un poco superior al natural –medidas perfectas para que una vez
entronizadas no resultaran chicas a la contemplación desde la calle-; a
pergeñar pasajes de misterios de la Pasión más complejos escénicamente y
numerosos en cuanto a personajes; a enriquecerse, en fin, estéticamente. Por
motivos técnicos –no saberse hacer la ropa- se adopto un sistema de compromiso
que fue liar el saco del costal en redondo para que quedara como una morcilla
que doblada se colocaba al cuello a la manera del horcate y manta de las
bestias de carga. Es obvio que, pese al perfeccionamiento del artilugio y el
primor de la gente de abajo, no se trabaja igual con un elemento que con otro. Pero
en el terreno de las esencias patrias hemos entrado y con el plano de la
historia legendaria cuando no falaz, al modo del más puro y acrisolado
nacionalismo localista regional español, ampurdanés o vizcaitarra mismamente, hemos
topado. Y como buenos baturricos al paso del tren -aquí al peso de los
acontecimientos y la evidencia-: “Chufla, chufla, que como no te apartes tú…”
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