domingo, 11 de mayo de 2014

OCHAVOS DE UN TEMPLETE. I. LA FIESTA.

Por el Camino de Sevilla hacia la Feria de Xerez. 








          A la Paz de Dios, lector, de nuevo con otra que se nos viene encima. Ahora que no la tenemos, ahora que nos la quitaron, yo quiero refugiarme en la sombra del recuerdo de su doble techumbre, impregnarme el corazón en el hierro colado de la fundición de su estructura y apoyado en la balaustrada tan neogótica por modernista –nueva versión de antepechos de Casas con nombre de Roma y de Adelantados de la Frontera allá por los Gazules–, con la frente marcada por las sombras de la luz que tamizan las cintas de sus paños Art Nouveau, asomarme a los ochavos de su fábrica. Y desde cada uno de ellos, con la mirada perdida entre grises y verdes de viejos plátanos y amarillo del albero, evocarle –la Ciudad calma, en la lejanía del Camino de Capuchinos– ésta nuestra antigua y siempre nueva fiesta. 


          Nada mejor para despedir nostalgias, para borrar recuerdos: la Feria. Como el pasajero apasionamiento pasado que se nos vuela de la cabeza con la perspectiva de una nueva pasión. Tiempo éste de ruptura y catarsis. A partir de ahora nos olvidaremos de la pasada –aún presente y que ya sólo será recuerdo– para esperar la próxima Pasión. Aunque en Jerez sin Mayo Mariano ni Junio Eucarístico el trago se pasa peor. Es decir, traducido al cristiano (que lo de mentar con Mariano y Eucarístico a unos meses es una jartá’ de cursi): nos harían falta unas cuantas procesiones de Gloria, alguna de Impedidos con Su Divina Majestad y una solemne celebración del Corpus matutina y en jueves.


           – Pero bueno, Sanz, no iba a hablar Vd. de la Feria.


          Pues sí, es verdad. Vámonos que nos vamos con la Feria, la Feria de Jerez. Y otra vez pulsamos los registros y nos encontramos con las mismas claves: la Bética, el Reino de Sevilla, la primacía tras la Urbe, que somos lo mismo. ¿Recuerda? : "La misma mierda es Sevilla que Jerez". Pero que ahora también otros siguen sin olerla.


          Porque, lector, la feria, esta fiesta como la conocemos, es un invento de Sevilla. Sí, una feria de ganado que se la inventan –no recrear, no mejorar, no: sacársela de la manga– un vasco naviero, Ybarra, y un catalán industrial de la fundición (ay, nuestro Templete), Bonaplata (1846). A estos señores empresarios, burgueses (no dedicados al sector primario, por emplear la terminología al uso: ni aristócratas terratenientes ni ricos mayetos de pueblo hacendados) se les ocurre organizar un mercado de ganado. Mercado, feria de ganado (18 a 20 de Abril de 1847) que en unos escasos diez años se había convertido en una fiesta popular, más de la ciudad, menos campera (las ganitas de pasárnoslo bien que tenemos siempre por aquí).


          Fiesta popular al estilo romántico: con participación de todas las clases –nobleza, burguesía, pueblo llano– que no mezcla. Algo tan típico de las grandes urbes; algo tan consustancial con todas las Fiestas de Sevilla. Luego el resto del año pone a cada quisque en su sitio. Pero la clase dirigente participa de la celebración popular, se populariza; y el pueblo, celebrándola a su manera pero con el norte y la guía de las formas de los mejores, se aristocratiza. Burguesía y patriciado urbano con pruritos nobiliarios –por ellos convertidos en agricultores terratenientes–, ávidos de parangón incluso hasta consiguiendo ennoblecerse por la mezcla de sangre o la compra de Títulos. Mesocracia y menestrales imitando a sus patronos burgueses. El pueblo consiguiendo mesocratizarse. Frágiles lirios troncha’os aristocráticos vestidos de gitana; nobles metidos a ganaderos, de corto y con jaca vaquera. Como madamaspompadures de pastora y columpiándose; como el retrato de un Borbón cazador. El gusto por lo popular de la aristocracia: la sublimación intelectual de la naturaleza tan manierista, tan clásica –un jardín geométrico y la cascada de una fuente con carátula monstruosa, pilastras toscanas y opus rusticatum–; lo campestre de la rocalla dieciochesca y las campesinas con miriñaques de cortesana; la exacerbación de lo popular como exótico y pintoresco del Romanticismo.


          Sevilla era, es –ay, pretensiones de capitalidad costasoleras–, el crisol de las esencias de la Bética –que no andaluzas, en el amplio sentido geográfico de hoy–: campo y calles, cante y baile, toros y caballos, vino y gracia popular; todo sublimado en lo moro y lo gitano. Toda la campiña y las marismas béticas con su Río y la Mar, con su mi’ajita de sierra incluso (por lo del toque bandoleril y marginal). Nobleza, burguesía y pueblo celebrando. La clave más clave de las fiestas de Sevilla. Sólo tuvimos que esperar en Jerez a tener una clase vinatera poderosa con ínfulas aristocratizantes y de terratenencia para que surgiera nuestra Feria.


          Domingo de farolillos: ¡cómo nos lo vamos a pasar! Yo me voy, quede Vd. con Dios.
  



                                                                                                                               AUREO SANZ RUIZ



Publicado en el diario “ABC. Edición de Jerez” el 13 de Mayo de 2001, Domingo del Alumbrado.



No hay comentarios:

Publicar un comentario