Por el Camino de Sevilla hacia la Feria de Xerez.
A la Paz de Dios, lector, de nuevo
con otra que se nos viene encima. Ahora que no la tenemos, ahora que nos la
quitaron, yo quiero refugiarme en la sombra del recuerdo de su doble techumbre,
impregnarme el corazón en el hierro colado de la fundición de su estructura y
apoyado en la balaustrada tan neogótica por modernista –nueva versión de antepechos de Casas con
nombre de Roma y de Adelantados de la Frontera allá por los Gazules–, con la
frente marcada por las sombras de la luz que tamizan las cintas de sus paños
Art Nouveau, asomarme a los ochavos de su fábrica. Y desde cada uno de ellos,
con la mirada perdida entre grises y verdes de viejos plátanos y amarillo del
albero, evocarle –la Ciudad calma, en la lejanía del Camino de Capuchinos– ésta
nuestra antigua y siempre nueva fiesta.
Nada mejor para despedir nostalgias,
para borrar recuerdos: la Feria. Como el pasajero apasionamiento pasado que se
nos vuela de la cabeza con la perspectiva de una nueva pasión. Tiempo éste de
ruptura y catarsis. A partir de ahora nos olvidaremos de la pasada –aún
presente y que ya sólo será recuerdo– para esperar la próxima Pasión. Aunque en
Jerez sin Mayo Mariano ni Junio Eucarístico el trago se pasa peor. Es decir,
traducido al cristiano (que lo de mentar con Mariano y Eucarístico a unos meses
es una jartá’ de cursi): nos harían falta unas cuantas procesiones de Gloria,
alguna de Impedidos con Su Divina Majestad y una solemne celebración del Corpus
matutina y en jueves.
– Pero bueno, Sanz, no iba a hablar
Vd. de la Feria.
Pues sí, es verdad. Vámonos que nos vamos
con la Feria, la Feria de Jerez. Y otra vez pulsamos los registros y nos
encontramos con las mismas claves: la Bética, el Reino de Sevilla, la primacía
tras la Urbe, que somos lo mismo. ¿Recuerda? : "La misma mierda es Sevilla
que Jerez". Pero que ahora también otros siguen sin olerla.
Porque, lector, la feria, esta fiesta
como la conocemos, es un invento de Sevilla. Sí, una feria de ganado que se la
inventan –no recrear, no mejorar, no: sacársela de la manga– un vasco naviero,
Ybarra, y un catalán industrial de la fundición (ay, nuestro Templete),
Bonaplata (1846). A estos señores empresarios, burgueses (no dedicados al
sector primario, por emplear la terminología al uso: ni aristócratas
terratenientes ni ricos mayetos de pueblo hacendados) se les ocurre organizar
un mercado de ganado. Mercado, feria de ganado (18 a 20 de Abril de 1847) que
en unos escasos diez años se había convertido en una fiesta popular, más de la
ciudad, menos campera (las ganitas de pasárnoslo bien que tenemos siempre por
aquí).
Fiesta popular al estilo romántico:
con participación de todas las clases –nobleza, burguesía, pueblo llano– que no
mezcla. Algo tan típico de las grandes urbes; algo tan consustancial con todas
las Fiestas de Sevilla. Luego el resto del año pone a cada quisque en su sitio.
Pero la clase dirigente participa de la celebración popular, se populariza; y
el pueblo, celebrándola a su manera pero con el norte y la guía de las formas
de los mejores, se aristocratiza. Burguesía y patriciado urbano con pruritos
nobiliarios –por ellos convertidos en agricultores terratenientes–, ávidos de
parangón incluso hasta consiguiendo ennoblecerse por la mezcla de sangre o la
compra de Títulos. Mesocracia y menestrales imitando a sus patronos burgueses.
El pueblo consiguiendo mesocratizarse. Frágiles lirios troncha’os
aristocráticos vestidos de gitana; nobles metidos a ganaderos, de corto y con
jaca vaquera. Como madamaspompadures de pastora y columpiándose; como el
retrato de un Borbón cazador. El gusto por lo popular de la aristocracia: la
sublimación intelectual de la naturaleza tan manierista, tan clásica –un jardín
geométrico y la cascada de una fuente con carátula monstruosa, pilastras
toscanas y opus rusticatum–; lo campestre de la rocalla dieciochesca y las
campesinas con miriñaques de cortesana; la exacerbación de lo popular como
exótico y pintoresco del Romanticismo.
Sevilla era, es –ay, pretensiones de
capitalidad costasoleras–, el crisol de las esencias de la Bética –que no
andaluzas, en el amplio sentido geográfico de hoy–: campo y calles, cante y
baile, toros y caballos, vino y gracia popular; todo sublimado en lo moro y lo
gitano. Toda la campiña y las marismas béticas con su Río y la Mar, con su
mi’ajita de sierra incluso (por lo del toque bandoleril y marginal). Nobleza,
burguesía y pueblo celebrando. La clave más clave de las fiestas de Sevilla.
Sólo tuvimos que esperar en Jerez a tener una clase vinatera poderosa con
ínfulas aristocratizantes y de terratenencia para que surgiera nuestra Feria.
Domingo de farolillos: ¡cómo nos lo
vamos a pasar! Yo me voy, quede Vd. con Dios.
AUREO SANZ RUIZ
Publicado en el diario “ABC.
Edición de Jerez” el 13 de Mayo de 2001, Domingo del Alumbrado.
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