jueves, 15 de mayo de 2014

OCHAVOS DE UN TEMPLETE. V. LOS TOROS.

Hacia la Plaza de Toros desde la Feria de Xerez. 








           Oiga, lector, el murmullo del gentío que se viene cuando  vamos llegando al Real que, Jueves de Feria, comienzan los días grandes. Repare en el singular trazo de la línea que desde el pabellón del Jockey Club en la Remonta, pasa entre los dos templetes del Real y desemboca en la Plaza de Toros. Línea hernández-rubiana que contiene las claves de la fiesta: caballos, pueblo, toros. El más completo e impremeditado plan urbanístico de nuestro genial arquitecto D. Francisco Hernández-Rubio y Gómez (1859-1950). Su obra reúne todo lo que Jerez apuntaba, llegó o no a ser y de lo que tan poco queda. No es su obra ecléctica, no anglicista ni regionalista, tampoco Modernismo Secesión: es suya y genial.


          Me dijeron –no recuerdo bien– que la Plaza era fea o, por lo menos, no bonita –ay, Jerez de mi alma–. Evidentemente en el estado de conservación y adecentamiento en que se encuentra no puede lucir. ¡Igual que el mimo que tienen con la de Sevilla! Empezando por el aspecto lamentable de los alrededores. Pero bueno, con el actual equipo de gobierno –como se dice ahora– municipal es mejor dejarlo, que pueden empezar a ponernos palmeras, farolas postmodernas, monolitos como aquel del Paseo o cubrirnos la Plaza para aprovechar el sombrerazo del Gallo Azul. ¿Lo recuerda? Lástima, porque la Plaza más garbosa y torera no puede ser.


          Si la Plaza está mal, qué me dice Vd. de los carteles. Desaparecen las corridas de la Vendimia, la Concurso de Ganaderías y hasta la del Arte; y nos dejan las de Feria con unos carteles casi como los de Calatayud (con perdón), de un mínimo atractivo para lo que aquí gusta. Me podrá decir que han cambiado público y artistas. Y es la verdad: pura y cruda. El público ha cambiado, se ha adocenado. Recuerdo aquél cabal y exigente, tremendamente fino y elegante, hasta su mi’ajita de guasa con mucho a’ge’, enormemente entendido.


          Ver toros en Jerez –trasunto del antiguo público del coso maestrante– era delicioso: la plaza callada ante la expectación, la atención a la faena, el conocimiento del ganado, la valoración de la lidia, la exigencia en la verdad del toreo, el pellizco con el arte. Aquel murmullo de lo presentido grande, los "bien, bien" sordos, los oles cortos y sincopados, las palmas por bulerías de los flamencos en la grada de sol (y no la mixtificación hortera al uso). La ecuanimidad en las peticiones, la parquedad en los trofeos, las caras de asco desaprobando a los que vinieron creyendo que toreaban en un pueblo más. Recuerdo, recuerdos.


          Curro y Paula retirados. Ya nada será igual... pero debería parecerse en algo. Rafael, inimitable, que sólo fue más que toda la belleza, embrujo, duende que recrear pudiera una cabeza mortal. Romero, inigualable: el empaque y la majestad. Con Pepe Luis sin el sitio que no le queremos dar y que sólo se consigue toreando –y su toreo no es de todas las tardes–; con Morante que nos lo vamos a cargar nosotros mismos: me parece que no voy a los toros y más con el tendido a dos mil duros (¿se ha fijado en los precios en euros?). Los demás, adocenados que es como se triunfa hoy por ahí (y por aquí).


          Del rejoneo y los espectáculos circenses de la nueva hornada de caballistas de la tierra qué le cuento. Debería existir un gen que transmitiese la forma de montar de un señor del campo andaluz: como los viejos vaqueros, muy asentados en la montura, parcos los movimientos, que hay que cabalgar todo el día. Mire que poner un caballo de rodillas, un animal que es porte y garbo. Debería haber un gen que eliminara los efectos de la resaca.                                                 
  



                                                                                                          AUREO SANZ RUIZ


Publicado en el diario “ABC. Edición de Jerez” el 17 de Mayo de 2001, Jueves de Feria. 


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