domingo, 18 de mayo de 2014

OCHAVOS DE UN TEMPLETE. VIII. EL VINO Y EL CANTE.

Vino y Cante de Xerez para la Feria. 








          Nadie, lector, nos podría haber dicho que todo tan rápido pasara. Domingo de Feria y se fueron –qué lejos el de Alumbrado– más que siete días. Se consumó –rotos por fuera, enteros por dentro– la gran catarsis: ya Todo pasó, ahora tiene que pasar Todo, hasta que el toque de Marcha Real nos traiga la certeza de que la espera no ha sido vana. Día éste de calma –a pesar del bullicio– que parece siempre que vas flotando por los arrecifes del Real, en el que las barras de latón producen la sensación de mármol cuando, rendido, te apoyas.


          Hoy, con las manos asidas a la fría barandilla, va a permitir Vd. que me asome a la última cara del Templete que me quedaba. Ese ochavo que en chaflán da justo al cruce del Paseo –cardvs, decvmanvs– y desde el cual, por entre las esbeltas columnas que soportan la panzuda techumbre –tan cosmopolita, tan continental– del otro de la Municipal, se divisan los remates de San Miguel y Santiago, con fondo de playa de ribera y Bahía, con fondo de gris albariza y Sol hundiéndose en el Gran Río. Porque ahora, lector, me voy a poner a pensar en lo que tanto en Jerez a la tierra desentrañamos. Y se me aparece como si hubiéramos estado preparando cuatro antiguas botas de solera –cabe vigas a dos aguas y altos ventanales de venecianas y esteras– regándolas con mimo del mosto escogido de cuatro famosos pagos. Y listo el producto –trasiego, cata– con tiza las hubiésemos marcado –caballo, toro, cante, vino– para Río arriba en un vapor mandarlas a Sevilla. Y a una primigenia feria –bestias palurdas, retinto de media sangre,  vino peleón, fandangos camperos– convertirla en una fiesta culta: los Cartujanos, el Toro de lidia, el Jerez  y el Cante. Allí que lo probaron, así que lo contaron y cantándolo al mundo entero enseñaron para devolvérnoslo embotellado.


          Del toro y el caballo bebido hemos. Bebamos pues del cante y del vino. Quitemos el tapón de corcho, cojamos el negriverdoso vidrio de la esbelta botella y desde su espigado gollete contemplemos caer sobre el cristal del catavino las pajizas ondas del caldo. Aspiremos lo agrio y suave que nos inunda, palpemos el fresco en los labios, gustemos el leve ácido de la tierra albariza y la brisa de la mar, del sol poniente y la bodega en sombras, de madera y alambique, de la flor y el mosto.


          Y entre sorbos –buche y buche– a la cabeza se nos han venido –que han descorchado la otra botella– todo lo hondo y profundo de un alma que siente como la nuestra pero que decirlo sabe. Y nos resuenan los duendes de los quejí’os por tantas duquelas y nos revolotea el compás de tanta fiesta –pena y olvidos–. Ya se nos vino en ecos negros la voz de aquellos que sólo así lo pueden decir porque flamencos y en Jerez nacieron: Terremoto, Sordera, Tío Borrico, María Soleá y... La Paquera.


          Jerez y el Cante: cuna y reducto. Jerez y su vino: crianza y olvido. ¿Se imagina si el Flamenco y el Jerez productos fuesen del París de la Francia, algún lugar del Imperio Británico, un remoto Estado de los Unidos de América? Anda sí que no nos íbamos a jartá’ de vino y cante: hasta en la sopa (y mire que está superior el chorrito de oloroso en el caldo del puchero). Mientras, nosotros aquí, por la Feria y... y. En este plan yo me cambio la cervecita por el Fino, el riojita por el oloroso, el licorcito por el brandy y hasta estoy dispuesto a tirarme las copas largas con él... y cambiar el tinto de verano por el rebujito (que Dios y Vd. me perdonen).


          ¿Hay más?: caballo, toro, vino, cante... Jerez




                                                                                                          AUREO SANZ RUIZ


Enviado al diario “ABC. Edición de Jerez” para su publicación (que no se efectuó por motivos técnicos ajenos a la voluntad de dirección y articulista) el 20 de Mayo de 2001, Domingo de Feria. 


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