Vino y Cante de Xerez para
la Feria.
Nadie, lector, nos podría haber dicho
que todo tan rápido pasara. Domingo de Feria y se fueron –qué lejos el de
Alumbrado– más que siete días. Se consumó –rotos por fuera, enteros por dentro–
la gran catarsis: ya Todo pasó, ahora tiene que pasar Todo, hasta que el toque
de Marcha Real nos traiga la certeza de que la espera no ha sido vana. Día éste
de calma –a pesar del bullicio– que parece siempre que vas flotando por los
arrecifes del Real, en el que las barras de latón producen la sensación de
mármol cuando, rendido, te apoyas.
Hoy, con las manos asidas a la fría
barandilla, va a permitir Vd. que me asome a la última cara del Templete que me
quedaba. Ese ochavo que en chaflán da justo al cruce del Paseo –cardvs,
decvmanvs– y desde el cual, por entre las esbeltas columnas que soportan la
panzuda techumbre –tan cosmopolita, tan continental– del otro de la Municipal,
se divisan los remates de San Miguel y Santiago, con fondo de playa de ribera y
Bahía, con fondo de gris albariza y Sol hundiéndose en el Gran Río. Porque
ahora, lector, me voy a poner a pensar en lo que tanto en Jerez a la tierra
desentrañamos. Y se me aparece como si hubiéramos estado preparando cuatro
antiguas botas de solera –cabe vigas a dos aguas y altos ventanales de
venecianas y esteras– regándolas con mimo del mosto escogido de cuatro famosos
pagos. Y listo el producto –trasiego, cata– con tiza las hubiésemos marcado
–caballo, toro, cante, vino– para Río arriba en un vapor mandarlas a Sevilla. Y
a una primigenia feria –bestias palurdas, retinto de media sangre, vino peleón, fandangos camperos– convertirla
en una fiesta culta: los Cartujanos, el Toro de lidia, el Jerez y el Cante. Allí que lo probaron, así que lo
contaron y cantándolo al mundo entero
enseñaron para devolvérnoslo embotellado.
Del toro y el caballo bebido hemos.
Bebamos pues del cante y del vino. Quitemos el tapón de corcho, cojamos el
negriverdoso vidrio de la esbelta botella y desde su espigado gollete
contemplemos caer sobre el cristal del catavino las pajizas ondas del caldo.
Aspiremos lo agrio y suave que nos inunda, palpemos el fresco en los labios,
gustemos el leve ácido de la tierra albariza y la brisa de la mar, del sol
poniente y la bodega en sombras, de madera y alambique, de la flor y el mosto.
Y entre sorbos –buche y buche– a la
cabeza se nos han venido –que han descorchado la otra botella– todo lo hondo y
profundo de un alma que siente como la nuestra pero que decirlo sabe. Y nos
resuenan los duendes de los quejí’os por tantas duquelas y nos revolotea el
compás de tanta fiesta –pena y olvidos–. Ya se nos vino en ecos negros la voz
de aquellos que sólo así lo pueden decir porque flamencos y en Jerez nacieron:
Terremoto, Sordera, Tío Borrico, María Soleá y... La Paquera.
Jerez y el Cante: cuna y reducto.
Jerez y su vino: crianza y olvido. ¿Se imagina si el Flamenco y el Jerez
productos fuesen del París de la Francia, algún lugar del Imperio Británico, un
remoto Estado de los Unidos de América? Anda sí que no nos íbamos a jartá’ de
vino y cante: hasta en la sopa (y mire que está superior el chorrito de oloroso
en el caldo del puchero). Mientras, nosotros aquí, por la Feria y... y. En este
plan yo me cambio la cervecita por el Fino, el riojita por el oloroso, el
licorcito por el brandy y hasta estoy dispuesto a tirarme las copas largas con
él... y cambiar el tinto de verano por el rebujito (que Dios y Vd. me
perdonen).
¿Hay más?: caballo, toro, vino,
cante... Jerez.
AUREO SANZ RUIZ
Enviado al diario “ABC. Edición
de Jerez” para su publicación (que no se efectuó por motivos técnicos ajenos a
la voluntad de dirección y articulista) el 20 de Mayo de 2001, Domingo de
Feria.
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