Me vinieron a la memoria, lector, aquellos juguetes que todos los ya talluditos deseamos una mañana de invierno ver en el balcón; aquellos auténticos fetiches de la niñez: vehículos dirigidos por cable, pistas de “escalestri” y trenes. Que entre viejos papeles de bordes sepia y ángulos mochos una carta nunca enviada encontré:
“Queridos Reyes Magos:
Este año como me he portado bien en
casa y he sacado buenas notas os pido un tren eléctrico y lo que SS. MM.
quieran...”
Ay, el “y lo que SS. MM. quieran”. Porque los Reyes ese año querer,
querían; el problema era si podían. Dispuestos estábamos a renunciar a más con
tal de conseguir nuestro deseo; a una Cuesta de Enero desahogada, SS. MM.
Y en aquella fría mañana, aún en
pijama, disponíamos traviesas y raíles para que rodase la negra locomotora
tirando de los vagones. Tras unas cuantas vueltas y haber probado velocidad,
deceleración, parada, marcha atrás y alguna maniobra, con la monotonía
empezándonos a aburrir, pergeñábamos un plan de mejora. Cajas de zapatos y
tacos para obtener túnel, rampas, puente y pasos elevados, estación, muelles y
andenes. Hasta que nuestra paciente madre nos conminaba a dejar el salón. Ante
la petición de elevar a la mesa del comedor el ingenio, una respuesta: o nos
encerrábamos en nuestro cuarto o desmontábase el juguete, que en casa vivía más
gente.
Bien, esto mismito han conseguido
nuestras autoridades: tienen el juguete y se disponen a una emocionante
transformación. Mas el tren no es a escala HO ni N... es a tamaño natural; y el
salón: Jerez.
Porque, mire, lector, la reforma del
trazado ferroviario que nos han endosado es la culminación de una cadena de
errores, omisiones, imprevisiones e inepcias urbanísticas que están
convirtiendo a la Ciudad en un caos funcional y estético. Hoy en día, que hasta
se intenta soterrar al automóvil, elevar el ferrocarril supone mantener una
barrera (más permeable si se quiere, pero barrera al fin y al cabo). ¿Se
imagina esos pisos de la Constancia con el Tranvía de Sevilla como marco de la
salita: vamos, ni el Bronx? ¿Y ese silbato del mercancías nocturno arrullando
el sueño de Pío XII? ¿Y ver pasar el tren cuando nos aburramos en la Feria? ¿Y
esos viejecitos al sol traqueteados por el paso del Tren Postal?
Más habría, hay que hablar, pero sólo se me ocurre lo que diría un
sanluqueño: “¡Qué jacéih, mamaos...!”. Este año seguro que les traen carbón. Y
a mí, por decir palabrotas.
AUREO SANZ RUIZ
Publicado en el diario “ABC.
Edición de Jerez” el 26 de Octubre de 2001, Viernes.
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