Respuestas a propósito de una
fotografía del trágico incendio de hace ahora cuarenta años que casi nos hizo
perder al sin par Crucificado de Chapina y que por delante se llevó a la
Señorita de Triana. Y sacando, además, a colación la extraordinaria exposición
que esta Cofradía de El Cachorro realiza en el Círculo Mercantil de Sierpes y
que no puede uno perderse, abundando en señalar su riquísimo e interesante
patrimonio artístico cultual.
"Este humilde servidor de Vd. y de
todas las distinguidas Señoras y respetables Señores que tienen la caridad de
leerme, acostumbra no hacer ningún comentario sobre las cofradías con los
ciriales cambiados: esas impresionantes a modo de macollas que sostienen el
plato formadas con águilas bicéfalas tenantes de coronas, como las bases de los candelabros de
cola, de finísima y preciosista decoración muy a lo “persa” –marca de la casa:
el genial Jorge Ferrer- en cincelado y repujado, con el Cristo;
y esos grandes
platos más descargados de labor en motivos decorativos vegetales, más a lo
“renacentista”,
que soportan grupos compactos de ángeles mancebos al modo de
los que figuran en canasto dorado, con la Virgen.
Sólo admirarme una y otra vez
cada Tarde del Viernes Santo con la sin par y portentosa imagen del Crucificado
salido de las gubias del genial utrerano Antonio Gijón, y volver a dar gracias
a Sevilla por regalarme tanta emoción y belleza.
Luego a la noche escura –que
diría uno de nuestros místicos- como mujer difícil –en el mejor sentido:
excepcional y exquisita, rica en matices y vastamente culta a la par que
milenariamente popular y secularmente elegante; eso de caprichosa o lo de las
dos caras lo dirán los memos, esos mismos de la ranciedumbre bastamente caricaturesca,
esos sin paladar, sin el mínimo sentido del gusto para enterarse de lo que de
verdad va la cosa y en qué para todo- como mujer, digo, la Ciudad te pone
delante de la Conversión, el Cristo de la antigua Cofradía de Nuestra Señora de
Montserrate de comerciantes de paños –¡Qué catalanes aquéllos; quiénes, ay,
éstos!- al Compás de San Pablo El Real, para que vuelvas a dudar en la certeza
de que nada en ese momento hay que igualarse pueda en el Orbe, en cuanto a
belleza y sacro espectáculo, a lo que te ofrece esta Nueva Roma Triunfante en
ánimo y grandeza de tu pasión y tus amores.
Para que nada tan explícitamente
sea ni otra vez pienses que después de lo que contemplaste ya nada te conmoverá
de igual forma, se desliza entre la luz incierta del ocaso la belleza recóndita
y recogida, como una clausura y la recolección de una regla cenobítica, la
imposible belleza de las formas del hilo de oro sobre la rara malla y el
terciopelo granate. Trazas salidas de la exquisita ensoñación de Herminia Álvarez
Udell –y a la genialidad creativa de lo que quieren asemejar, con toda la gracia
de la originalidad estética más fina, sus flecos de bellota y borlas me remito- y
de las manos maestras del Taller de Olmo. Todo ello sobre el fondo de los
argénteos reflejos de los repujados y cincelados a los que dio impronta el gran
Jorge Ferrer –y otros trataron de mimetizar- y manchó de luz la Luna del
Parasceve en la noche de la Sevilla más verdadera, la de la Triana más pura de
siempre sin las horribles mixtificaciones localistas y chabacanas de hodierno.
A modo de coda: la pregunta que
te martillea las sienes una y otra vez. ¿Por qué me sacan esa prodigiosa talla
de Cristo de hippy, al modo de un Jesucristo Superstar crucificado y
reconvertido a las tardonianas maneras? Con lo bien que está esa insuperable
cumbre de la estatuaria sagrada con to’s sus avíos de Santo -léase: atributos
de la Divinidad y la Pasión para la Iconografía del Arte Cristiano-: su corona,
sus potencias doradas –evolución del nimbo crucífero- y, no digamos, si al Santo
Leño de la Redención donde Expira como Varón de Dolores el Hijo del Hombre,
Hijo de Dios, sobre la Calavera del Primer Caído, le pusieran sus buenas
conteras doradas, clásicas y lisas, con su perilla a lo manierista de remate,
como aparece en las antiguas instantáneas. Tan sabia decisión iconológica desde
el punto de vista teológico, como estética desde el artístico la encomendaremos
al Patrocinio de esa Señorita de Triana y Señorón del Viernes Santo de Sevilla
que rige como Señora de nuestros corazones en los trances más cofradieros."
"¿Y el extraordinario paso de Castillo Lastrucci, qué? ¿También lo devoró un incendio, mi arma?"
"¿Y éhte que veo to’h loh añoh por La Ca' Pilatoh, a ve'? ¿Carbonisa'o, no, sentrañah?"
"Siempre te queda el palio del Patrocinio para columbrar la inabarcable belleza de la Semana Santa de Sevilla. Marmolejo recreando a Ferrer."
"Para que no se diga que me ensaño
con las de allí.
Una bobada –por ser caritativo y no
emplear algo más grueso que no grosero- de las de acá. Cuando la gente del
centro en vez de seria y clásica se pone triste. Y comienza, en un juego de
apariencias y poses perverso, a creerse lo que no son –ni falta que les hace,
aunque no lo piensen así o, peor, lo ignoren- y como unos maestrantos o
maestrantas pierden la olla –exprés: la que tienen al lado: el Teatro, unos, y el
Pregón, los otros- muriéndose de gusto con cualquiera cosa que como
“vanguardia” les vendan con tal de no ser lo que son, los unos, o de parecer lo
que no, otros. Lo peor es no ya emborronar los rincones de la Ciudad con
esperpentos cartelarios, sino el sacrilegio de mostrar semejantes disparates estéticos
sobre el paso de Nuestro Padre Jesús con la Cruz al Hombro y Santa Mujer
Verónica de la Archicofradía de Nazarenos de la Coronación. El Valle: ni más ni
menos –muy poco así, desde luego-. Algunos se debían llevar el Paño –éste y
otros de la colección- para presidir la cabecera de la cama de sus cristianos
hogares. Y rezarle las “Cuatro esquinitas” todas las noches de rodillas. Por
los cojines, vamos.
Después de “reflexionar”, yo creo que esto es en verdad lo
rancio. Y Cvrrvs Quercvs escribiendo, y sin haberse enterado: recogiendo
bellotas se diría. Luego, a los que nos ponemos o vemos capirotes nos llamará
tontos. O rancios. ¿Y su madre de Vd.? ¿Bien, verdad? Póngame a sus pies. No a
los suyos no, que huelen a rancio. Los de su madre, hombre. Y los de todas las
madres de estos intérpretes sainestescos con pretensiones de modernidad
intelectual sobre la realidad y lo inescrutable de la Ciudad, que como locazas
no paran de discurrir verdaderas majaderías.
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