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Las bandas de música en España tienen
su ascendiente directo en las que vinieron con los ejércitos napoleónicos
durante la primera (¿segunda tras Trafalgar?) francesada del Ochocientos.
Aunque existen descripciones de grupos de trompetas (parece ser que clarines o
cornetas largas) poco numerosas (seis u ocho) en las guardias de los Reyes Católicos
y del César Carlos, dedicadas a fanfarrias durante las ceremoniosas cortesanas
y la guerra, sin embargo en las tropas de Infantería –los heroicos Tercios- del
Quinientos se utilizaba el tambor (atambores en sustitución de los atabales
medievales) para las órdenes de maniobra en la batalla y la marcha, con algún
pífano (dos a cuatro por Compañía, sustituyendo a las chirimías desde las
Guerras de Granada de final del Cuatrocientos) y, quizás, algún clarín –de
ambos los cuales no sabemos bien su misión y funcionamiento marcial- que en
manos españolas casi podríamos asegurar que se atreverían a atacar alguna
melodía popular o cortesana en los momentos de euforia o abatimiento. Un
inciso: esto de un número escaso de instrumentos –sobre todo metales y rudimentarios-
y sólo en tropas reales, nos viene a recordar que si hoy un instrumento musical
es artículo de lujo, en la época era no ya eso sino algo extraordinario. Sin
cambios relevantes en la música militar transcurre el Seiscientos.
Ya en el S.XVIII nos encontramos
auténticas formaciones de pífanos, tambores y “clarinetes” (aparece ahora el
término corneta), y con las primeras reglamentaciones de toques de ordenanza y
marchas –por ejemplo, la “Marcha Granadera” que es el germen de la “Marcha Real”,
actual Himno del Reino de España- para las tropas de Infantería. De la
Caballería –ya olvidada la pesada medieval gracias a las picas de los Tercios,
y cada vez más ligera, numerosa y diversa- tenemos los primeros testimonios de
toques de ordenanza y batalla con “trompetas”. Existe constancia de algunas
formaciones de instrumentos de madera y metal, germen de lo que poco más tarde
serían las bandas militares que conocemos.
Pero es en el S.XIX en España –y a
remedo del francés- cuando aparecen en el Ejército las primeras bandas de las
que derivan las actuales como herederas directas. Al principio, en primera
instancia y para cualquier unidad militar, lo imprescindible: “trompeta” y
tambor para la vida del cuartel, la instrucción y las acciones armadas. En la
Caballería: clarín y timbal, que así ha quedado, pues las bandas montadas en
España no han incorporado otros instrumentos de metal ni ningún otro. En la
Infantería: cornetas y tambores, a los que se iban añadiendo diversos
instrumentos de viento y percusión. En pocos años el panorama se cierra a las
cotas que hemos conocido contemporáneamente: en la tercera década del
Ochocientos aparecen las primeras ordenanzas para bandas de cornetas y
tambores; veinte años después las plantillas de instrumentos de las músicas son
muy parecidas a las de las actuales. Así, todas las grandes unidades del
Ejército tienen su grupo de música. Los Regimientos de Armas o Cuerpos
montados, su escuadrón de música a caballo. En los de a pie, a las cornetas y
tambores se les van sumando otros instrumentos paulatinamente, hasta
independizarse en dos secciones: banda (cornetas con la batería de tambores) y
música. Cornetas para el diario y la guerra; banda completa para la gala y el
divertimento. Claro, que no tan tajantemente, pues durante la campaña de África
de O’Donnell (1859-1860) las tropas españolas formaban en cuadro durante la
batalla y en el centro se situaban los mandos, el Estado Mayor, el capellán, la
Sanidad y la Música, que no paraba de tocar enardeciendo los corazones de los
soldados, y de la cual dieron quejas algunos oficiales pues argüían que no
dejaba oír sus órdenes. Los músicos en primera línea jugándose el tipo: por eso
iban armados (los cornetas hasta con fusil).
En los Regimientos las plantillas
eran completas en viento –metal y madera- y percusión. Pero en los Batallones
independientes u otras unidades especiales menores los instrumentos se quedaron
en las cornetas y pocos metales más, constituyendo lo que -sin ningún matiz
despectivo- se denominaría: charanga. Con esta participación de todos los
músicos incluso hasta en la batalla, las formaciones de cornetas y tambores
(bandas de guerra) perdieron cierto protagonismo conforme avanzaba el
Ochocientos, hasta que fueron revitalizadas por diversas órdenes a finales del
siglo, con lo que volvieron a constituir una sección que en ocasiones actuaba
independientemente. Pocos años después, a principios del pasado siglo, tenemos
constancia de la primera banda civil de cornetas y tambores como tal en
Sevilla.
Pues bien, este es el panorama de la
música procesional en la Semana Santa de Sevilla en el tercio final del siglo
XIX: cada vez más pasos son acompañados por bandas de música. Permanecen
algunos de las grandes cofradías en silencio, con capilla, coro, pero -en un
movimiento que arranca con ímpetu desde la restauración cofradiera
montpenseriana de mediados de siglo- más pasos de Virgen pero también de
Cristo, procesionan con los sones de bandas de música militares o civiles que
interpretan marchas fúnebres (no siempre con el carácter “trágico” al que
asociamos hoy el adjetivo) del repertorio clásico, las compuestas como tales o
las adaptadas a partir de otras composiciones (ópera, sinfonías, etc.), incluso
se empiezan a componer ex profeso. Algunas cofradías menos pudientes se
dejarían acompañar por la banda de alguna unidad militar menor: una charanga o
sólo cornetas y tambores. En otras, la banda de guerra se separaría de la
música para acompañar al paso de Cristo, interpretando las sencillas
composiciones de paso ordinario a ritmo lento, alguna adaptación de marchas
lentas, incluso obras a propósito que empezaron a componerse con ciertas
florituras que les permitía la incorporación de la corneta de llave. Nace la
“música de paso de Cristo”.
Y este panorama no pudo abstraerse a
la explosión de la música popular finisecular en España. La música procesional
en Sevilla comienza a verse entreverada por giros y aires populares de la
tierra, particularmente del flamenco. Aparecen recreaciones de sones populares
y de sensaciones sonoras procesionales en las nuevas marchas que se componen
bebiendo de las fuentes del Impresionismo o Regionalismo. Tímidamente en
“Virgen del Valle” (1898) de Gómez-Zarzuela –instrumentada por Font padre- para
terminar el siglo, y rematar apoteósicamente en el siguiente con “Soleá, dame
la mano” (1918) de Manolo Font hijo -según lo nombran en la época-, que es una
insuperable descripción de las sensaciones vividas una mañana de Viernes Santo
al paso de la Esperanza de Triana por la cárcel del Pópulo, donde saltan los
sones de las saetas que aparecen a un lado y otro de la banda, entre los
acordes que evocan el calor, la emoción popular y la bulla, para que surja de vez en vez,
emocionante, la recreación de los toques en forma de la antigua versión
cuartelera de la Marcha Real a paso lento. En pocos años hasta las pobres
cornetas se llegaron a impregnar de aires de la tierra con la presencia de
llaves y voces. Incluso los tambores llegarán con el tiempo a rufar con aires
taurinos sin perder su marcialidad allá por el Arco. Surge la música
procesional de Sevilla, culta y popular, que influirá definitivamente más tarde
o más temprano en la Semana Santa de toda España, y en la que –aun actualmente
siendo un movimiento en pleno esplendor- se empiezan a atisbar desde los años
sesenta elementos extraños contaminantes –ojalá no como signo temprano de
decadencia- provenientes de estilos musicales como el rockandroll y el pop, tan
influyentes en la tristísima música litúrgica postconciliar de infausto
recuerdo.
De esta forma quedan imbricados los
sones de cornetas y tambores en la música procesional como parte consustancial
y aquí es donde comienza su historia particular.
Continúa...
Publicado en la bitácora
“Patrimonio musical” en la entrada “¿Enseñar historia de la "Música de
Cristo?” del foro “La Música en los Pasos de Cristo. Música de Cristo." el
22 de Octubre de 2011 a las 22:13.
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