A propósito de una fotografía del
Nazareno de Triana en su paso.
Es una impresionante obra de Pedro
Roldán y Onieva (Sevilla 1624-1699) que a punto estuvo de desaparecer a manos
de las hordas marxistas (Prof. Don José Hernández Díaz dixit) que con la
inestimable ayuda de los anarquistas, no tuvieron a bien otra cosa sino
reducirlo a trozos junto con la bellísima imagen de la antigua Dolorosa de la O
–que no se quiso ni se ha querido recuperar por razones más que bastardas-. Hordas
de energúmenos pertenecientes a partidos que ni siquiera se han dignado a
cambiar el nombre o las siglas bajo las cuales perpetraron estas fechorías, más
que nada para que pudiésemos con cierta tranquilidad pasar página los amantes
de la Libertad, el Imperio de la Ley, la Cultura –pero la de verdad-, el Arte,
Sevilla y sus Cofradías. Fue de tal magnitud, por bochornoso y dantesco, el
espectáculo dado por estos canallas que el fin de fiesta no consistió sino en otra cosa que una vieja
con el manto y la corona puestos de la Virgen contoneándose por la calle
Castilla para chanza de semejante jauría.
Desde que Le ponen casi todos sus
avíos –corona y potencias- pues, eso, mucho más impresionante; y no como me Lo
sacaban en los chabacanísimos años de finales de los setenta y principios de
los ochenta, como un triste hippie con sólo la túnica, sin uno de sus principales atributos de Pasión
–las espinas- ni el de su Divinidad –las estéticamente atractivas potencias al
estilo de Sevilla, y derivadas del primitivo nimbo crucífero o aureola que
enmarcaba una cruz entre sus resplandores-.
Imagen que es eslabón fundamental de
una serie portentosa de Nazarenos que comenzando con la inefable de Jesús de
Pasión (Montañés c1609);
pasa por la de Jesús Nazareno de la Archicofradía
de la Santa Cruz en Jerusalén (atribuido con certeza a Francisco De Ocampo),
la del Señor de la Salud
de San Nicolás (de atribución así mismo ocampiana),
y la del Señor con la Cruz al Hombro de la
del Valle (de dudosísimas y, a veces, dispatatadas atribuciones);
y que culmina con la del Señor del Gran Poder (Mesa 1620);
para
seguir con la dulcísima del Señor de la Divina Misericordia de Felipe de Ribas (1641)
-bárbaramente mutilada por el “genio” de Ortrega Bru con el plácet de la
Hermandad-, ésta de que hablamos del gran Roldán (1685) y las de todos sus
epígonos:
la del de las Tres Caídas de San Isidoro (Gijón 1687 casi con toda
seguridad)
y la del Señor de las Penas de San Vicente (del círculo del taller de los Roldán);
y que termina con la
devotísima del Cristo de las Tres Caídas de Triana (Astorga c1816).
Y que desgraciadamente podría
completarse con la maravillosa del antiguo Señor de la Salud de la Cofradía de
Los Gitanos (atribuido a Montes De Oca) y la del muy cofradiero antiguo Jesús
de las Penas de San Roque, tristemente desaparecidos en 1936 a manos de las
mismas dichas hordas si no nos falla la memoria histórica.
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