viernes, 7 de febrero de 2014

“En verdad, esta es obra de Dios que no mía.”










          A propósito de una cuadro de azulejos que se encuentra en la sala baja de la Casa de la Archicofradía del Santísimo Sacramento de la Iglesia Colegial del Divino San Salvador de Sevilla (a la que se agregó la de Nazarenos de Pasión) pintado por Antonio Kiernam Flores (c1920) y que reproduce el óleo "Martínez Montañés contemplando la salida procesional de Nuestro Padre Jesús de la Pasión" (1890) de Joaquín Turina y Areal, padre del compositor y hermano de dicha Corporación, y cuyo original se conserva en la Sala Capitular de la mencionada Hermandad.








          “Este azulejo representa el lienzo de pequeño formato pintado por Joaquín Turina y Areal (Sevilla, 1847-1903), padre del afamado compositor Joaquín Turina y Pérez, que recrea el momento en que Juan Martínez Montañés, “El Lisipo andaluz”, “El dios de la madera”  (Alcalá la Real, actual provincia de Jaén, antes siempre perteneciente al Reino de Granada, 1568- Sevilla, 18-6-1649) salía al encuentro para contemplar emocionado el portentoso Nazareno salido de sus manos, la efigie de Nuestro Padre Jesús de la Pasión, cuya cofradía radicaba por aquellos tiempos en el Convento de Santa María Comendadora de la Merced, Casa Grande de su Orden Calzada en Sevilla y actual Museo de Bellas Artes. Curiosamente en esta pintura se centra un cúmulo de anacronismos e imprecisiones históricas.








          Por un lado pertenece al terreno de lo legendario lo de que Montañés saliese a contemplar su propia imagen y emocionarse ante tamaña perfección salida de sus gubias. Creo que tal leyenda es propagada por los escritos de los eruditos y críticos de Arte de la Ilustración, Ceán Bermúdez y Antonio Pons, que recogería una creencia de la Sevilla del S.XVIII ante la fama y popularidad que ya logró en vida tan eximio imaginero. 





Fotografía: Áureo Sanz Ruiz




          Otra imprecisión es que el cuadro parece recoger la portada de la Parroquia de San Julián, en donde se refugió la cofradía tras la francesada y la ocupación por las tropas napoleónicas del cenobio mercedario, permaneciendo en dicha iglesia, a la Puerta de Córdoba, en la mayor postración durante buena parte del Ochocientos, hasta su reorganización y revitalización, que dura afortunadamente en la actualidad, sobre todo tras su agregación a la siempre importantísima y pujante –entonces, no hogaño- Archicofradía del Santísimo Sacramento de la Iglesia Colegial del Divino San Salvador. 

          Otra interpretación, sin embargo, quiere ver la propia puerta de la iglesia del famoso cenobio mercedario calzado. Evidentemente, en la época que quiere representar la obra, principios del Seiscientos, la fábrica de la Iglesia, actualmente desacralizada (Se iba a hacer esto con una mezquita por los cojines) y sala principal del Museo, no estaba realizada y puede que fuera entonces gótica y mudéjar, como pasaba con la del Real Convento de San Pablo -y se advierte aún en las remozadas tres bóvedas de la capilla de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús, a la que se unió, procedente del Convento del Carmen, la de Las Angustias-, y hoy día Parroquial de Santa María Magdalena, pero no deja de ser conjetura. Por cierto, en la anterior iglesia de la Magdalena, que ocupaba la actual plaza que fue de "Galerías Preciados", se enterró a Montañés, victima de la gran mortandad de la epidemia de peste de 1649. 






Fotografía: Áureo Sanz Ruiz




          Otros, en cambio, quieren ver representada en el lienzo la Parroquial de San Miguel en la Plaza del Duque actual –tras su salvaje derribo, Teatro de “El Duque” y después edificio del Sindicato- y concluyen que la casa del fondo, con ático a modo de mirador con vanos de medio punto y antepechos calados –muy pinelescos-, representaría la casa de los Solís -también denominada de los Cavallieri-, el antiguo “Lubre” y, hoy, enésimo anexo del agradabilísimo “El Corte Inglés” -gran generador de riqueza; descomunal pagador de impuestos con los que se mantiene una parte sustancial de este Estado del Bienestar o Bienestar del Estado que “disfrutamos”; donde nadie te obliga a entrar y menos a comprar; y, en fin, mantenedor de la vida comercial del deshabitado centro, que estaría ya más que finiquitada si no fuera por estos grandes almacenes, en contra de todas las “tesis” de corte intervencionista y marxista azuzadas por los liberticidas de todo pelaje-. Hoy, decía, en la cruel actualidad después de la salvaje destrucción –ay, no iban a ser todo mieles- del caserío de la antaño Plaza del Duque de Medina Sidonia –luego reconvertido en el de la Victoria, por el general Baldomero Espartero- de la que han desaparecido: 








la casa de estos duques descendientes de Alonso Pérez De Guzmán El Bueno y Señores de Sanlúcar de Barrameda; 








la regionalista de los Sánchez-Dalp, contigua; 








ésta de los Solís; amén del Colegio de San Hermenegildo de la Compañía de Jesús –posteriormente cuartel de los Regimientos “Granada” y “Soria”- cuya iglesia se “conserva” y otros edificios interesantes más. En todo caso en vida del divino Montañés la cofradía permanecía en la Merced Calzada. 








          Pero quizás la imprecisión más importante sea que el Nazareno de Pasión es una obra atribuida. Sí, sí, aunque parezca increíble, no está documentada. No ha aparecido ningún documento de contrato, pago, entrega o finiquito. Solamente existe el testimonio escrito de un mercedario, Fray Juan Guerrero, coetáneo a Martínez Montañés en el que comentando la prodigiosa imagen de Jesús de Pasión del Convento de la Merced dice haber salido de las gubias del escultor y que fue encargado por el Prior, Fray Juan de Salcedo y Sandoval, cuñado del artista. Hay una razón, sin embargo, de mayor peso aún: la afinidad estilística con las obras del maestro, para dar una segura atribución. Pero como atribución, más que razonable, segurísima, de acuerdo. Mas atribución. No es obra documentada.








          Qué más da si sigue habiendo Noche del Jueves al Viernes Santo en Sevilla. Si existió la devoción de los Turina. Si cada año toman carta de existencia José Manuel y su francesita enamorada, Margot, por las calles bulliciosas o solitarias. Si todavía resuenan por las esquinas en la penumbra de la Noche Santa la saeta de Amparo, la novia sevillana de toda la vida, al paso de la Cara más divina y divinizada que ha tenido mujer: la de la Esperanza, la que está en San Gil junto al Arco de la Macarena, riendo y llorando su pena. Sí, Jesús de Pasión es el Cristo de Montañés. Y musitaba el genial artista al verla pasar: “En verdad, esta es obra de Dios que no mía.”









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