martes, 4 de febrero de 2014

Las Procesiones y las Bandas de Guerra (VII). Bosquejo histórico. Postguerra. Las bandas en el tercio medio del S.XX: la de La Policía Armada.



... sigue (7).








          Con la toma de Sevilla por las tropas nacionales junto a la destrucción de parte del patrimonio artístico y cofradiero –continuación de la de 1931 y 1932- por las hordas marxistas (Prof. Hernández Díaz dixit) o, más bien, los revolucionarios bakunomarxistas (de Bakunin, aunque la uve y la ce se la ganaron a pulso; y de Marx, nada relacionado con los Hermanos y el humor del absurdo, aunque sí con el negro, muy negro, de humo y carbonización), es decir, la caterva de desalmados que miembros del anarquismo, el socialismo y el comunismo (esto no lo dice D. José; lo decimos nosotros) con sus respectivos sindicatos, no tuvieron a bien otra cosa que intentar arrasar los símbolos religiosos más queridos por el pueblo de Sevilla, ante la mirada asombrada –de pura estulticia, los menos- o cómplice –canallesca, los más- de la izquierda republicana que imbuida de la forma más grotesca de sentimiento de superioridad intelectual –de la más pura estirpe masónica-, creyó poder gobernar a su antojo e interés las masas manipuladas, aterrorizadas y envenenadas por los dirigentes revolucionarios y sus secuaces –que chapoteaban a sus anchas en la demagogia y el cultivo del resentimiento y el odio, aquéllos y ésos; actores, en fin, del pistolerismo terrorista más abyecto, éstos-; con los mencionados hechos, decimos, comienza el siguiente periodo de la música procesional para cornetas y tambores: el segundo tercio del S.XX. 








          Durante este tercio que se ciñe a la dictadura del General Franco la Semana Santa de Sevilla -con sus Cofradías- va a consolidar el esplendor que ha ido adquiriendo desde la presencia de la Corte de los Montpensier a comedios del Ochocientos, después de la decadencia tras la brutal epidemia de peste en 1649; tras el triste languidecer del XVIII bajo la mirada displicente de las élites ilustradas y su afán erradicador; y, no menos, durante el crítico y convulso primer periodo del XIX con la invasión y saqueo napoleónicos, con los intentos de exterminio por parte de la facción más radical y jacobina de la clase política -desgajada del esperanzador liberalismo que fue capaz de constituir en nación española a los hombres libres de ambos lados del Océano pariendo La Pepa en Cádiz- y con la visión pintoresca de España y sus costumbres por parte del Romanticismo, muy especialmente de Andalucía. 








          Restauración montpenseriana de la Semana Santa y sus Cofradías que sin solución de continuidad –quizás un leve declive a final del siglo- culminará con la esplendente etapa del Regionalismo que abarca el primer tercio del XX. Regionalismo como movimiento artístico en el que el diseño de objetos suntuarios y cultuales para las cofradías se adelanta incluso a los motivos decorativos empleados en la arquitectura. Ahí tenemos los candelieri, los cada vez más estilizados acantos y roleos, los putti y tarjas sobre el verde del camaronero, preñados del más clásico Renacimiento vía Plateresco salido del magín genial de Rodríguez Ojeda, cuando aún se debatía la arquitectura en la Ciudad entre el Modernismo y el Neomudéjar, y el Neoplateresco era pura intuición después de recrear paños de sebka, atauriques, mocárabes, herraduras o tejaroces, y mezclarlos con gótico Isabel. 




Fotografía: Áureo Sanz Ruiz




         Pues bien, durante este segundo tercio se consolida el esplendor, como decíamos, para legarnos hasta los setenta la Semana Santa incomparable que continuamos –con muchos peros, pero grande- celebrando y que seguimos teniendo la suerte de vivir. Casi sin que una crudísima postguerra hiciese mella, las Cofradías de Sevilla y sus manifestaciones artísticas refulgen de manera incomparable y, además, de manera uniforme –y en ciertos aspectos, ay, uniformante- para todas. Puede que no asistamos a los fogonazos geniales que preñaron el Arte cofradiero durante la primera parte del Novecientos y que gestaron el comienzo del esplendor, como ráfagas de un naciente resplandor, pero hay que convenir en que durante este tercio medio hubo rayos que brillaron a gran altura –los más- para dar un brillo reluciente y homogéneo a las celebraciones pasionales, letíficas o eucarísticas y sus respectivos cultos.








          No hubo más revolución macarena ni exquisiteces inefables como la del Patrocino, pero nos legaron Socorro y Angustia. No fueron Juan Manuel ni el dúo Álvarez Udell-Olmo, pero ahí tenemos a los Castilla, Gómez Millán, Cayetano González o el taller de Caro. 








          No se volvieron a componer Soleá, Amargura, Estrella Sublime, La Esperanza de Triana o Campanilleros, pero aparecieron Saeta, Coronación, Regina o Hiniesta. Desaparecieron los Manueles, pero vinieron los Pedros; a los Font y Farfán suceden Braña, Gámez, Borrego, Peralto. 








          ¿Y en cornetas y tambores? Pues simplemente lo definitivo: La Policía Armada adopta e interpreta las composiciones del genio Escámez. Y ya nada será igual. En dos décadas –cincuenta y sesenta- todas las bandas ante el éxito cofradiero de tanta belleza van paulatinamente adoptando el estilo que se homogeneiza. Los acompañamientos de banda completa en paso de Cristo desaparecen y todos –más homogeneidad- son de cornetas y tambores. Llegan a desaparecer en Sevilla los antiguos toques de marchas lentas de las bandas de guerra.




El famoso Teniente Coronel Hita pasando revista a las tropas del Cuerpo de la Policía Armada de España que le rinden honores en la calle Rioja de Sevilla. En primer término la batería de tambores y, al fondo, la sección de cornetas de la inolvidable banda de guerra.




          Con la banda de la Policía Armada a finales de los sesenta el género llega al cénit de la belleza. Se ha podido mejorar –mucho- la calidad en la interpretación con los años, pero el desgarro y la emoción viriles –si se me permite en estos tiempos- y marciales, la belleza pulcra y rotunda, la sequedad y el sobrio patetismo acordes con Lo que iba por delante y que pudimos sentir en nuestra piel y corazón se alcanzó con esta prodigiosa banda. El estiló se adoptó con general acuerdo y satisfacción. Al poco estuvo a punto de morir, no en vano en pleno apogeo empezó a brotar el antiestilo. Reverdeció el estilo en parto dolorosísimo con esperanza de los aficionados a los toques clásicos. Y al poco, se manchó para mantenerse puro –a veces, cada vez menos veces- a duras penas allá por donde entró el César para enamorarse de su prima Isabel, flechazo del calibre del nuestro con este género de la música procesional. Pero aquí donde comienza nuestra memoria termina la historia. Ahora vienen los recuerdos. Lo vivido. Pero antes convendría repasar las peripecias de las más famosas bandas.


Continúa...




Su Excelencia Reverendísima Monseñor Don Antonio Añóveros Ataún, Obispo de Cádiz y Ceuta, siendo cumplimentado por el Ilustrísimo Señor Don Áureo Sanz Hernangil, Comisario Principal y Jefe Superior de Policía de la Provincia de Cádiz, durante la Fiesta del Santo Ángel Custodio en la Plaza de San Francisco. Se puede observar parte de la escuadra de gastadores y de la banda de la compañía que rendía honores del Cuerpo de la Policía Armada de España de guarnición en la capital. La banda adoptó en esos años sesenta el estilo en cornetas y tambores de la de Sevilla.




Publicado en la bitácora “Patrimonio musical” en la entrada “¿Enseñar historia de la "Música de Cristo?” del foro “La Música en los Pasos de Cristo. Música de Cristo." El 28 de Febrero de 2012 a la 1:14





El mismo acto un instante después.





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