sábado, 8 de febrero de 2014

Profecía del Leviatán Estatal.










        La visión profética de Tocqueville sobre el verdadero peligro que corren las democracias –no hace falta apostrofar “liberal” pues verdaderamente no las hay de otra clase, a pesar de “popularidades” u “organicidades” de infausto recuerdo- cuando enviado por el gobierno francés para observar el sistema penitenciario de aquellos colonos ingleses que se habían independizado como nación -dándose una Constitución y organizándose en un sistema de libertades, deberes y derechos cívicos bajo la forma de democracia representativa y separación de Poderes- quedó fascinado con semejante forma de gobierno de un pueblo pero, con agudísimo olfato político, intuyó el real peligro que podría correr y cómo se podría llegar a su verdadera perversión. Lo realmente triste: que se está cumpliendo punto por punto en la actualidad. Lo amargo: que tendríamos que ser los ciudadanos los que remediásemos semejante deriva de un supuesto “Estado de Bienestar” a costa de nuestra Libertad, lo que ha implicado, claro, obviar la “pesada” responsabilidad como individuos y su pareja incertidumbre, cambiándola por una aparente “seguridad”. Lo desesperante: que hemos cambiado nuestra Libertad por un plato de lentejas, que cada vez esas lentejas saben peor y que, últimamente, ya hasta escasean. Y que ahora nos vemos atados de pies y manos por ese gigantesco Estado del Bienestar que no es otra cosa que el Bienestar del Estado, hasta nuestro empobrecimiento y servidumbre si es preciso. Para rematar: muchos ni se han dado cuenta; algunos, dándose cuenta, lo único que intentan es seguir aprovechándose y vivaquear; a los cuatro que ponemos el dedo en la llaga por locos nos toman.




          Sus palabras:




          “Conservad las leyes si os place; aunque yo pienso que, al hacerlo, os equivocáis, conservadlas; conservad los mismos hombres si eso os causa placer, yo, por mi parte, no seré ningún obstáculo; pero, por Dios, cambiad el espíritu del gobierno porque, os lo repito, este espíritu os conduce al abismo.”




          “Parece que si el despotismo llegase a establecerse en las naciones democráticas de nuestros días, tendría otros caracteres [distintos de los de las sociedades antiguas]: sería más extenso y más suave, y degradaría a los hombres sin atormentarlos.”




          “Quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos se podría producir el despotismo en el mundo: veo una inmensa muchedumbre de hombres semejantes iguales que dan vueltas sin reposo sobre ellos mismos para procurarse placeres pequeños y vulgares, con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, tomado aparte, es como extraño al destino de todos los otros: sus hijos y sus amigos particulares forman para él toda la especie humana; por lo que hace a sus conciudadanos, él está al lado de ellos, pero no los ve; los toca pero no los siente; no existe sino en sí mismo y para él solo, y, si bien tiene una familia, se puede decir que lo que ya no tiene es patria.

          Por encima se alza un poder inmenso y tutelar, que se encarga exclusivamente de garantizarles sus placeres y de velar por su suerte. Es absoluto, detallado, regular, previsor y benigno. Se asemejaría a la autoridad paternal si, como ella, tuviese como objeto prepararlos para la edad viril; pero, por el contrario, no persigue sino fijarlos irrevocablemente en la infancia; este poder quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que sólo piensen en gozar: trabaja de buen grado por su felicidad; pero en esa tarea quiere ser el único agente y el único árbitro; provee a su seguridad, prevé y garantiza la satisfacción de sus necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales asuntos, dirige su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias; ¿por qué no podría librarlos enteramente de la molestia de pensar y del trabajo de vivir?”




          “La igualdad ha preparado a los hombres a todas estas cosas: los ha predispuesto a sufrirlas y a menudo incluso a mirarlas como un beneficio.”




          [Este poder] no destruye las voluntades, pero las ablanda, las doblega y las dirige; rara vez obliga a actuar, pero se opone sin cesar a que se actúe; no destruye, pero impide nacer; no tiraniza, pero mortifica, reprime, enerva, apaga, embrutece y, al cabo, reduce a toda nación a rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobierno.”




Alexis de Tocqueville


Alexis Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville (Verneuil-sur-Seine, Isla de Francia, 29 de julio de 1805 — Cannes, 16 de abril de 1859)









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